Cualquier
actividad cinegética, sea cual sea, está basada en una serie de principios,
actuaciones y vivencias que hacen que, por todas estas circunstancias, ella se
arraigue y perdure en el tiempo. Ni que decir tiene que, todo lance venatorio
de cualquier modalidad de caza, fuere de la calidad que fuere, una vez concluido el
mismo, quien o quienes han intervenido en el mismo, comparten lo sucedido con
una determinada persona o grupo de ellas para cimentar y enaltecer la grandeza
de dicha afición y, de camino, para reforzar su posición, orgullo e, incluso,
su propio ego como cazador. Huelga decir que si un determinado acontecimiento
cinegético finalizara con el apretado de gatillo y la recogida de la pieza
abatida para destinarla a un fin específico y ahí quedó todo, la caza, en general,
no tendría mucho sentido, entendiéndose como ella se entiende a día de hoy. Dicha
finalidad, quizás la tendría en los tiempos de nuestros ancestros prehistóricos
que cazaban únicamente para alimentarse. Pero, en los tiempos que corren, en donde la
cuestión alimentaria no es el fin de la cuestión cinegética, el cazar por cazar
o, por matar, no debería tener razón de ser. Se necesita algo más para la
grandeza y subsistencia de la misma. Y ese algo es la audiencia, es decir, el deber
de compartir con otras personas, lo que nos ha ocurrido antes y después de
apretar el gatillo. Sin ello, la actividad cinegética no hubiera alcanzado las
cotas que ha conseguido. Así, artículos y relatos publicados en diferentes
medios, revistas especializadas, libros, vídeos, programas de radio y televisión… son
el fiel reflejo de que la caza necesita quien la lleve a cabo y, por supuesto,
quien la conozca y valore lo sucedido.
En
esta línea, desde siempre, las reuniones entre aficionado, bien familiares,
amigos o compañeros han supuesto el culmen de la afición. Tan es así que las chimeneas de los cortijos, los bares, las
antiguas barberías -como me ha apuntado un buen amigo y no menos aficionado-…
siempre han servido para charlar largo y tendido sobre todos los pormenores de
nuestra milenaria forma de caza, pues a nadie se le ocurre, aunque puedan existir casos
aislados, dar el puesto y, lo que ocurra en el mismo, no tener el más mínimo
eco. De hecho, la gran mayoría de las veces estamos deseando que acabe un determinado lance para poder compartir con otros aficionados
lo que ha ocurrido en el mismo. Pero además, no solo las vivencias y anécdotas
personales son las que se comparten, sino que nunca falta en cualquier reunión
cuquillera el diálogo sobre todo lo que rodea a tan tradicional afición: tipo de
perdices que pueblan y han poblado nuestros campos, situación del puesto y el
repostero, la meteorología, el pasado y el presente de nuestra actividad
cinegética, alimentación y cuidado de nuestros reclamos, el buen y mal hacer con nuestros pájaros de jaula, enseres y complementos cuquilleros… Es decir, todo
lo anteriormente expuesto es lo que realmente sostiene y hace que perdure en el
tiempo nuestra, a veces, maltratada, pero señorial y emblemática actividad pajaritera.
Por
todo ello, los que sentimos como parte de nuestras vidas esta forma de caza
debemos poner nuestro granito de arena en auspiciar los encuentros y
reuniones entre aficionados, pues es la mejor forma de demostrar que nuestra
afición sigue viva. Si no hablamos de ella y no hacemos ver su grandeza y señorío,
llegará el día en que pase a mejor vida, pues los hechos o acontecimientos poco
conocidos nunca pasan a la historia.
En
mi caso particular, uno más de los muchos que conviven diariamente con nuestra
afición, desde hace años, una vez acabada el periodo de caza y hasta que
empieza de nuevo, aparte de momentos puntuales de asistencia a eventos y
comidas organizadas por personas y colectivos relacionados con la caza de la
perdiz con reclamo, un grupo reducido de amigos de Huelva, solemos reunirnos todos los jueves por la tarde-noche,
últimamente en mi garaje, y damos rienda suelta a nuestra forma de entender la
caza de la perdiz con reclamo y a revivir momentos buenos y malos de nuestra
afición, a la vez que tomamos unas copas y degustamos productos de nuestra
tierra. De esta forma, salimos de la rutina diaria, compartimos nuestro sentir y
hacer cuquillero y, de alguna forma, mantenemos viva la afición por el reclamo. Y, por supuesto, cada día se aprenden cosas, pues en esto del reclamo, como bien sabemos, todos somos aprendices.
Una imagen de una de nuestras reuniones cuquilleras en el garaje de mi casa. De derecha a izquierda se puede ver a Antonio Bermejo, Fernando Feria, Manuel Monescillo, Ángel Almendrote, David Soto y un servidor de ustedes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.