lunes, 7 de junio de 2021

REFLEXIONES SOBRE LA PASION POR LA CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO.

      Hoy traigo al blog esta reflexión personal de Nacho Palomo sobre nuestra ancestral modalidad cinegética. En ella, nos expone, según su punto de vista, lo que supone ser cuquillero y cómo debe actuar desde diferentes ámbitos.

          Además, decir que pronto este blog quedará en Stand by hasta septiembre, como ha sido norma, año tras año. El descanso es importante para todos.

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“Para hablar del Reclamo de Perdiz, lo primero que se debe plantear un aficionado es la explicación a la pregunta de por qué se lleva a cabo esta modalidad de caza y por qué este individuo, llamado perdigonero, pajarero, cuquillero, jaulero o reclamista, permanece sentado en un aguardo contemplando semejante escena y participando en ella con el consiguiente desenlace del abate de la pieza de caza.

El pajarero no practica este arte por matar, ni siquiera por cazar entendiendo la caza como búsqueda de la muerte del animal cazado, para los que así la entiendan. Primera convicción imprescindible para comprender algo de todo esto. Es arte venatorio por asociación entre el hombre y un animal, en este caso su reclamo -un macho de perdiz- como se podría desarrollar en otras modalidades: la cetrería, los galgos, el hurón, la propia perdiz al salto con perro, la montería, etc.

Al contrario, lo hace por disfrutar de esta modalidad como un río caudaloso y desbordado de identificación con la reina de la caza menor: la perdiz roja y en su momento previo a la reproducción persiguiendo lo que esta ave esquiva y brava atesora en su interior, su comportamiento, sus reacciones y la belleza de su contemplación oculta en plena naturaleza, no así su posesión una vez abatida. No hay que ser perdiz para comprender lo que siente un cuquillero, pero casi. En ocasiones ni siquiera este protagonista, con papel secundario asignado, es capaz de describirlo; tal es el trance y la pasión vivida con su reclamo mientras se desarrolla el lance que muchos no alcanzamos a describir esta situación.

No creo que se busque satisfacer una libido especial sino una contemplación privada, exclusiva y privilegiada del momento breve en el tiempo pero más hermoso, plástico y sonoro de un ciclo inigualable que desarrolla una especie dotada especialmente para hacerlo de una forma maravillosa y única, exclusiva. De esto último no creo preciso explicar lo que es la perdiz para un cazador, aun no siendo pajarero. Da igual, por tanto, ser hombre o mujer quien lo persiga o cofrade de más o menos alta capa social. La pasión por el reclamo es la misma porque está fuertemente arraigada a la esencia de la caza y en los valores del cazador en su búsqueda del protagonismo que le permite la propia naturaleza, solo que, en este caso, es espectador privilegiado.

Perdiz roja es igual a bravura y montaraz entendido, este último concepto, como indomable, salvaje y rebelde. Encelada equivale, además, a pendenciera, luchadora y agresiva sin cuartel al margen de su capacidad física y tamaño, no por ello menos capaz de dominar su territorio. La perdiz desarrolla y aflora tal cúmulo de recursos, matices, y argumentos interiores en el trance al que se presta en ese momento que sube su catalogación como especie a posición elevada en el crisol resultante de la evolución animal, plasmado como un sello genético mucho más notable que en el resto de su ciclo vital anual. Imaginemos a la codorniz, por ejemplo, ave valiente y similar en ello; al venao en su berrea; al propio cochino en celo que describe el aguardista; al corzo esquivo tras su hembra, que ejerce instinto de territorialidad indudable y pelea con otro macho territorial. Recursos contundentes, es verdad; lección y espectáculo enorme para los sentidos, es cierto. Pero todos ellos previsibles. La perdiz en celo - contrariamente- sorprende y apabulla, destapa todas sus esencias sin complejos y nadie, repito nadie, ni siquiera el jaulero más experto es capaz de aventurar lo que va a ocurrir en cada lance y en su puesto, defendiendo la perdiz su territorio como lo hace. He ahí la trama y el nudo de esta devota afición y pasión. He ahí la causa de nuestros desvelos perdigoneros: Lo que llega a hacer la Reina para defender sus querencias.

Tampoco es el celo, es lo que éste supone. De hecho, lo que el par campero defiende es su lugar previamente conquistado, con finalidad de cría ulterior, espacio imprescindible para desarrollarla. Por lo tanto, es por su terreno por el que pelea el macho enjaulado disputándoselo al del campo, al invadirlo desde el repostero.

La trama, el escenario y las luces también son muy especiales. Parece como si la Reina eligiera, por ella misma, el lugar donde batirse. De ahí, entre otras razones, la necesidad de conocer sus costumbres y el acierto en la idoneidad de la colocación del escenario y las causas de los errores cometidos cuando el campo se atranca y no acude al lugar elegido, simplemente porque es el equivocado.

El perdigonero asiste, pues, en primer lugar al debate; a la lucha, poco después. Solo por una razón de pacto no escrito, de complicidad y asociación previamente construida, le debe correspondencia al pájaro de su jaula al que ha debido encelar debidamente pero, previamente, acostumbrarle a su presencia y complicidad, acabando el lance con la muerte del campero en forma, tiempo y lugar exactos. No goza el de la jaula de compañía de hembra, ni posee territorio alguno. Por lo tanto, su “socio” contemplativo viene obligado a acabar, en correcta forma y con los adecuados medios un mandato natural, confiado y respondiendo a la bravura de su reclamo: el desenlace a esa pelea salvaje, pero a su vez ancestral, inigualable y exclusiva cargada de dramatismo pero auténtica cada vez que se aproxima al campo con su jaula en la espalda y se siente parte fundamental del mismo. No le queda otro remedio que cumplir con su papel y más que le pese llevarlo a cabo.

Solo en este momento último -el del disparo-, podríamos considerar el hecho como común con las demás formas de la venatoria. Juzgar esta caza en función del resultado o la dificultad física para abatir la pieza sigue siendo algo banal, secundario y circunstancial para el cabal perdigonero, a quien toda esta guisa general le importa un bledo. Véase, como prueba de este extremo, que la tertulia pajarera anterior y posterior a la caza del reclamo rara vez versa sobre el tiro, la escopeta, los cartuchos, el número de las abatidas pues siempre se cuenta el desarrollo del puesto, el comportamiento de la jaula, el campo, la aproximación, los cantos, los movimientos, el triunfo o el fracaso del reclamo, etc. Es decir, aquello que realmente interesa: la obra. Los balances, los números, los resultados en piezas, las jornadas cinegéticas -todo ello- es accesorio a esta caza, porque caza es, al final. Pero nada de ello es comparable con lo que busca el auténtico aficionado: sacar billete en palco “vip” para poder sentir, presenciar y participar en esta obra, aunque conociendo lo que se trae entre manos.

El conocimiento por parte del aficionado de cuanto significan todos los cantos de su reclamo según sus tonos y circunstancias; el saber interpretar debidamente las actitudes que adoptan en cada momento; el dominar y conocer los secretos de este o aquel puesto con sus muchas peripecias, que son el hilo, raíz e historia de un desenlace, son de un placer y de una emoción que no podría comprender jamás quien ignora este mundo de la caza de la perdiz con reclamo y ello es así porque no es fácil de comprender a un pajarero, a un soñador.

La cacería del pájaro, por aventurera e imprevisible, hay que vivirla con contenida emoción y en vibrante tensión, que es precisamente la esencia misma de esta tan romántica modalidad cinegética, y hasta tal punto es así que, una vez que se produce el desenlace, fuere el que este fuere, el que es auténtico aficionado al pájaro parece reflejar en su cara, de forma totalmente espontánea y natural, como una especie de tristeza y pena, en el sentido del que quiere transmitir que su único gozo y felicidad estaba en ese misterioso y tenso enredo, que se traían entre sus picos, el campesino y el de la jaula, y que una vez concluido por la muerte del invitado parece morir también con él tal desenlace, toda la ilusión y el anhelo, que el pajarero albergaba en su interior.

Todo lo demás que se asemeje a hacer percha y recorrer esta vereda por andurriales de artificialidad, no es el arte de la caza del reclamo de perdiz. Es……., vaya Vd. a saber, lo que es” .

 

                                        Ignacio Palomo Izquierdo

2 comentarios:

  1. Blas Díaz Bonillo, me hace llegar este comentario para su publicación en el blog.

    “Que descripción más hermosa, cuántos matices, compendio de colores y sensaciones. Felicidades a Nacho Palomo.

    Saludos”.

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  2. Como siempre mi agradecimiento al autor del artículo, Nacho, y a Blas por su comentario.

    Sobre la reflexión a la que nos lleva el escrito, poco más rengo que decir, pues todo está expuesto y con claridad meridiana.

    Obviamente, entresacar, aunque no se ninguna novedad, pues ya se ha tratado en diferentes momentos y lugares que la caza de la perdiz con reclamo no implica, al menos para el que se sienta pajarero, percha. No se va al puesto a hacerla, sino a disfrutar como tantas veces he recalcado.

    La emoción que se siente cuando hay un buen “dialogo” entre los protagonistas en el colgadero difícilmente se puede describir.

    Por ello, como bien dice Ignacio, solo el final, en el disparo nuestra modalidad cinegética se asemeja a otras formas de caza.

    Saludos.

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