jueves, 24 de septiembre de 2015

UNA MUDA MÁS

         Nuevamente, como año tras año, con el comienzo del otoño y la bajada de temperaturas, aunque siga la calor en horas puntas como está ocurriendo en esta estación que acaba de comenzar, nuestros reclamos habrán finalizado una de sus complicadas fases anuales: el cambio del plumaje. Posiblemente, los más mayorcetes todavía no hayan terminado de completar la muda, pero no tardarán mucho, aunque alguno de ellos no se haya desprendido de varias rémiges y/o timoneras que se le recortaron el año anterior. Ni que decir tiene que atrás quedan algunos meses de polvo, tierra y plumas por muchos rincones de las respectivas viviendas, aún con una buena limpieza. Y no digamos las continuas riñas con nuestras mujeres por culpa de lo citado anteriormente.

       Ahora, aparte de dichas incidencias, si el proceso de pelecha se ha realizado correctamente, nuestros pájaros lucirán un bello y aterciopelado plumaje verde-rojo-blanco-negro, con tonos marrones/ocres de diferentes gamas. Una hermosa “vestimenta” que adquirirá su verdadero lustre y esplendor cuando los primeros fríos hagan su aparición, allá por mediados de noviembre, época más o menos idónea para el paso por “barbería”.

         No es que sea una novedad, porque tal momento de nuestras perdices es tan antigua como la vida misma. Pero, éste le trae al cuquillero una bocanada de aire fresco que, casi sin querer, hace que sus ilusiones vuelvan, una vez más, a cobrar vida. Aparecen nuevos sueños, nuevos objetivos, nuevas posibilidades… En unas palabras: el nuevo otoño trae consigo, tras unos meses de vida anodina, que la semilla que nunca se perdió vuelva a germinar en la mente del aficionado al reclamo, como millones de ellas lo hacen nuestros campos con las primeras aguas. Atrás quedan los muchos sinsabores que nuestra ancestral afición nos produjo la temporada anterior y que, más de una vez, por nuestra cabeza rondara la idea de abandonar. Así, reclamos que no dieron la talla, aun con las muchas esperanzas que teníamos puestas en ellos, patirrojas camperas que nunca alcanzaron el celo que se les exige para una mediana temporada, fincas en las que dejamos parte de nuestra vida sin ver el más mínimo fruto, problemas personales y familiares… pasan como por arte de magia a mejor vida y la ilusión por la llegada una nueva temporada se va apoderando de nosotros.

           De esta manera, una vez más, incluso sin saber cuántas, todas las jaulas o muchas de ellas, adecentan hasta ponerlas níquel durante la época de “reposo”, volverán a ser la morada de nuestros “figuras”, aunque algunos de ellos no llegue ni al comienzo de la temporada hábil de caza porque son unos auténticos "cantamañanas", las sayuelas están como nuevas, las esterillas limpias, el portátil sin un desperfecto…Es decir, todos los pertrechos en perfecto estado de revista.

       Para finalizar, solo decir que este tema con otro título y algunas palabras diferentes, ya ha ocupado lugar en este blog en años anteriores y que, casi con total seguridad, el próximo año volverá a escena, pero en estas fechas viene como anillo al dedo hablar sobre el tema. Todos lo hacemos y yo no voy a ser menos.

        Suerte compañeros/as, y que esta temporada nueva que nos trae el otoño que ahora comienza nos devuelva o nos afiance la ilusión cuquillera.

En estas tres imágenes se puede ver, primeramente, a mis reclamos en los cajones de muda o pelecheros. La segunda y tercera foto nos muestra a dos de mis pájaros con el nuevo plumaje, tras un buen cambio de "vestimenta". Eso sí, unque me quedé con seis reclamos, los que ocupan los números 7 y 8 corresponden a dos pollos del año regalo de sendos amigos.





jueves, 17 de septiembre de 2015

¿QUÉ SE PUEDE HACER CUANDO LA SITUACIÓN NO MARCHA?

           Al hilo del artículo anterior, en el que expongo lo complicado que es el mundo de caza y lo mal que lo pasamos los cazadores, por lo mal visto que estamos, quiero dejar constancia en unas líneas que, aunque haya quien crea que la caza es un lujo y, a veces, puede que lo sea, en la gran mayoría de los casos, nunca más lejos de la realidad. Como botón de muestra puede servir el siguiente: finca La Dehesa de Enmedio, perteneciente al término municipal de Puebla de Guzmán, Huelva.

         Dicha propiedad, con matrícula de acotado H-11.454, situada en el Andévalo onubense y con una extensión de trescientas sesenta hectáreas, la gestiono como arrendatario de la actividad cinegética desde el año mil novecientos noventa y nueve, es decir, hace dieciséis temporadas. Pues bien, este precioso rincón del occidente onubense y andaluz, tradicionalmente “madre” del conejo, la liebre y la perdiz roja, en la actualidad, se encuentra bajo mínimos. Tan es así que, los días 15 y 29 de este agosto pasado, fuimos siete de los ocho socios que somos el primer día y tres el segundo a echar el rato, tomar una cerveza y, de camino, si era posible, apretar el gatillo y traernos algún conejillo para casa. Anduvimos por el campo, tomamos algunas que otra cerveza, picamos productos de la tierra, charlamos los compañeros, pero conejos, no logramos nada más que uno. Se tiraron cinco, pero todos se fallaron, excepto uno que mató mi hijo Pablo. En una palabra, un auténtico barquinazo. Una gran contrariedad para una finca que está bien gestionada, vigilada durante todo el año y con dieciocho comederos fijos y vallados con mallazo para evitar que las ovejas y algún que otro jabalí, especie  que va a más, se coman el grano que no les falta en ningún momento. Máxime, cuando no hace muchos años, a las once de la mañana se cortaba porque ya llevábamos seis u ocho conejos para cada uno.

Lo reseñado, en un primer momento, puede entenderse como una situación normal. Pero si se aclara con anterioridad que, en dicho acotado, en las últimas tres o cuatro temporadas, prácticamente no se ha cazado y que se gestiona con el máximo celo, ya no parece una situación muy lógica, pero, desgraciadamente, así es. El conejo ha desaparecido por la zona de Huelva casi por completo, como resultado de la célebre y temida enfermedad vírica -RDH-. Por tal motivo, y como consecuencia de tal regresión, la liebre y la perdiz se han transformado en los primeros focos de la depredación y, por lo tanto, están disminuyendo sus poblaciones alarmantemente. Tan es así que liebres cada vez hay menos, aunque sus números no son demasiado malos, pero las perdices, además de cazarlas también muy poco con el reclamo, no digamos. De hecho, hace unos años colgábamos cinco socios y entre unos y otros no se escapaba nada mal. A fecha de hoy, muy por el contrario, aun dejando, año tras año, muchas parejas en lugares claves de la finca, porque solo cazamos la jaula el amigo Manolo Monescillo y yo, cada vez crían menos y peor. Sin ir más lejos, la temporada pasada colgué nada más que seis u ocho días en todo el periodo hábil, porque tenía otros lugares donde hacerlo. Por tal motivo, en una determinada zona de la propiedad no se cazó el reclamo, por lo que, al menos, cinco o seis parejas quedaron en la misma, más las del resto del coto. Pues bien, los resultados que se preveían, a fecha de hoy, no se ven. Algún que otro bando y poco más, ni las parejas que se dejaron. En unas palabras: pagamos nuestros buenos dineros en la cuota anual de socio, en la vigilancia, en las tablillas, en el grano, en los desplazamientos, en el adecentamiento y cuidado de la vivienda, en el desmonte de zonas con mucha maleza…, pero los frutos obtenidos cada día son más desalentadores. Y tal circunstancia no es buena, porque cuando se empieza a perder la ilusión y el empeño que se debe poner en una actividad, malo. Eso sí, como mal de muchos, tengo que decir que la tremenda regresión en las especies cazables  citadas no es cuestión puntual de mi coto, sino que toda la provincia, al menos en conejos y liebres, está igual. En cuanto a las perdices, donde se sueltan de repoblación, hay todas las que quieras, pero donde son de las que cría el terreno, como es nuestro caso, cada vez van quedando menos.

Lógicamente, la pregunta que nos hacemos todos los socios, viendo el triste panorama, es obvia y lógica: ¿qué se hace en estos casos, se abandona lo que se le tiene mucho cariño o se lucha, año tras año, aun sabiendo que los resultados no mejorarán?

Por todo ello, cuando uno escucha hablar sobre la afición a la caza y sobre los cazadores de forma desconsiderada e, incluso, acusadora sin el más mínimo fundamento, al menos a mí, se me cae el alma al suelo. Y es así, porque casos como el reseñado, dónde se aprieta poco el gatillo y se le dedica tiempo y esfuerzo a una finca, son los que abundan en nuestra Andalucía, al menos en las fechas actuales. Las grandes propiedades con todo el “ganado” que se quiera y todos los lujos del mundo no es la realidad de la ancestral actividad cinegética, ni está al alcance de un altísimo porcentaje de los que la amamos y la sentimos de verdad.


Este personal, aún luchando contra él de todas las maneras habidas y por haber, cada día es más abundante. De haber alguno que otro marrano, hace no muchos años, hemos pasado a que haya bastantes en la finca. Y como diría el otro: una noche da para mucho.  En las tres imágenes siguientes, pertenecientes a dos comederos de la propiedad, se puede apreciar cómo andan por la noche al lado del trigo de los mismos.



lunes, 7 de septiembre de 2015

EL HABLAR DE LA CAZA Y LOS CAZADORES

      Después de tres meses de vacaciones, tanto a nivel personal como de este blog, volvemos a retomarlo, aunque como ya dije en el artículo anterior, las diferentes redes sociales están en primera línea. Aun así, seguiremos. Siempre habrá alguien a quien le interese pasarse por aquí.

  E
ste verano cinegético ha estado marcado por la muerte del célebre león Cecil en los aledaños del Parque Nacional de Hwange en Zimbabue. Este hecho, según se mire desde el punto de vista de aficionado a la caza o desde el de detractor de la misma, ha sido expuesto y desarrollado en determinados medios de información, escritos o audiovisuales y visto e interpretado desde ambas posturas. Ahora bien, lo que sí es cierto es que cuestiones como éstas vuelven, una vez más, a recrudecer las críticas hacia la actividad cinegética y, como no, hacia el colectivo de cazadores, no contra el cazador que, con o sin soporte legislativo o que con el correcto o incorrecto proceder y tras pago, según informaciones de la prensa escrita,  de 50.000 dólares, abatió al citado león, sino contra todos. Y tal circunstancia, como cualquier otra, nunca es justa. No se puede, ni se debe, meter en el mismo saco a colectivos sean del tipo que sean. Y, máxime, cuando un buen número de los que hablan o escriben sobre cuestiones cinegéticas, poco o nada conocen sobre la vida, costumbres y etapas de las especies que la legislación sobre caza permite abatir, tras pagar unos buenos cuartos por las correspondientes licencias, contribuciones de los cotos, seguros, planes técnicos de caza… Es más, posiblemente, algunos de los que refieren  hechos puntuales de caza, ni siquiera han pisado el campo a no ser para participar en los modernos senderismos y, mucho menos, son capaces de distinguir, por citar dos ejemplos, una paloma de una tórtola o un ciervo de un gamo. En una palabra, en el tema de la caza se dan muchos palos de ciego, sin pensar antes, con verdadera objetividad y conocimiento de causa, la dimensión que puedan tomar determinados artículos o comentarios en donde se exponen con extrema dureza y no muy buenas intenciones ciertos sucesos, ideas, planteamientos y posturas.

         Hablar sobre la caza y sobre los cazadores no es tarea fácil, si no se está metido de lleno en dicha actividad y se entiende la misma como algo de la propia vida de cada uno. Por ello, si quienes lo hacen son de los que no quieren ver a un cazador ni en pintura o de los que acaban de sacarse el correspondiente permiso de armas, van a unos grandes almacenes o tiendas especializadas y adquieren las escopetas o rifles, municiones, vestimentas correspondientes… y a los dos días se marchan  a pegar tiros y abatir grandes trofeos tras pagar buenos cuartos, están desvirtuando sus comentarios. Debido a ello, aun respetando al máximo a los informadores y a los nuevos cazadores - la semilla del futuro-, lo que quiero decir es que quien no sienta de verdad la caza no debe hablar de ella porque, a buen seguro, cometerá, siempre según mi opinión, grandes y graves meteduras de pata al faltarle conocimientos de causa y, lo que es peor, el sentimiento y el respeto por tan milenaria afición. Y no lo digo porque me considere y considere al conjunto de cazadores infalibles en ideas y planteamientos, pero sí tengo claro una premisa: no hay nadie hoy día que cuide más la flora y la fauna de un determinado paraje que el cazador que tenga dicho terreno como lugar de caza. Es más, poca falta hace que las respectivas Órdenes de Vedas le impongan fechas y números de capturas. Él sabe perfectamente qué cazar, cuándo y cantidad de piezas que puede llevarse para casa. Pero más aún, independientemente de las cifras que pueda abatir de las diferentes especies abatibles, que marque la Ley o recojan los respectivos Planes Cinegéticos de Caza, el cazador-socio de un determinado terreno acotado sabe mejor que nadie hasta dónde puede y debe llegar. Tan es así que, dejando a un lado los grandes espacios protegidos, dígase Parques Nacionales y Naturales, si exceptuamos las fincas acotadas, en el resto de rincones de nuestra geografía no hay absolutamente nada y, que yo sepa, en ellos no está permitida la caza, por ser terrenos libres.

         Ello no significa que, entre los cazadores, como ocurre en cualquier colectivo, no haya gente que no merezca pertenecer al mismo, debido a su forma de pensar y proceder. Pero de ahí a que, continuamente, desde grupos anti-caza y partidos políticos contrarios a la misma se esté tirando por tierra una actividad señorial, muy arraigada en nuestro país y que, con estadísticas en mano, se puede comprobar fácilmente que deja para las arcas del Estado o Comunidades muy buenos dineros, va un abismo. Además, en una sociedad con grandes tasas de desempleo, como desgraciadamente es la nuestra, la actividad cinegética proporciona muchos puestos de trabajo distribuidos en fábricas de ropa y complementos de caza, armas y municiones, hostelería, ventas de productos cárnicos, viajes, guarderías de cotos, granjas cinegéticas, talleres de taxidermia y homologación de trofeos, ferias cinegéticas…

         Pero aun yendo más allá, ¿se les ha ocurrido pensar a quienes están empecinados en suprimir la caza en nuestro país, lo que sucedería con las poblaciones de conejos, liebres, palomas, zorzales, jabalíes, ciervos, gamos, cabras monteses… si algún día, tan “feliz” idea se llevara a cabo? Porque no hay que ser muy avispado para comprender que tales especies, sin un control cuantitativo como lo lleva a cabo la caza,  proliferarían de tal forma que, como ocurre en otros países, arruinarían cosechas y dañarían gravemente la flora y fauna de muchísimas zonas de nuestra piel de toro. ¿Han valorado nuestros detractores lo que ocurriría con los cultivos de gramíneas, hortalizas, leguminosas…, con las cosechas anuales de bellotas, castañas, aceitunas, con los frutales, con muchas otras plantaciones…, si el número de ejemplares de las especies citadas con anterioridad y otras muchas empiezan a alcanzar, circunstancia que ocurriría sí o sí, cifran impensadas? ¿Cómo se reducirían, llegado el momento, sus poblaciones para evitar los daños: a palos, o habría que volver de nuevo a las armas, camuflando las actuaciones pertinentes con nombres de campañas salidos de las grandes mentes del personal que conforman grupos políticos y colectivos que en su día permitieron y lucharon por la supresión de la caza?

       Para terminar, como he dejado constancia en muchos artículos, me siento orgulloso de ser cazador y siempre he tratado de que mis hijos lo fueran. Pero mucho antes que tal afición, he sido y sigo siendo un gran enamorado de la Naturaleza, lucho por ella y la cuido al máximo, no de boquilla, que es tarea fácil, sino en todas mis actuaciones y en el día a día. Justamente como la gran mayoría de los que practican la caza, aunque muchos no se lo crean. Por tanto, que nos dejen en paz a los cazadores porque sabemos perfectamente lo que tenemos que hacer para que nuestra fauna perdure en el tiempo. Pero si a alguno de nosotros se nos “olvida” algún día tal máxima y apretamos el gatillo cuando no está permitido y contra ejemplares que no debemos, circunstancia que puede ocurrir, el peso de la Ley debe caer con fuerza sobre el que la infrinja.

         PD. Como soy un poco mayor, recuerdo que cuando era niño y salía al campo, disfrutaba enredando con los lagartos, salamandras, lagartijas, renacuajos, grillos, saltamontes, curitas, muchos tipos de mariposas y libélulas… -por citar unos ejemplos-, porque los había a millares. Hoy día, cuando visito los mismos lugares, con pocos ejemplares de los citados me tropiezo. ¿También hemos acabado con ellos los cazadores?