lunes, 20 de diciembre de 2010

CUANDO LAS FELICITACIONES SON AMARGAS.


Esta historia, ocurrida la temporada pasada, es tan real como la vida misma y es una anécdota más que unir a nuestro gran libro de los hechos increibles, pero ciertos.

A mi hijo Pablo, a su téckel Tania y a todos los cazadores de corazón que ven en su inseparable perro/a de caza mucho más que una simple ayuda para la misma.

Tania, una téckel de pelo duro, como ocurre en muchos hogares de los que amamos a los animales, es en compañía de Mancha -su hija-, casi una más de la familia.

Tania aparece en nuestras vidas hace ocho años, cuando podría tener nueve o diez meses. Pablo, mi hijo, mientras descansaba tumbado en la arena por el esfuerzo realizado tras un partido de un campeonato vóley-playa en La Antilla (Lepe), siente, al tener los ojos cerrados, cómo le lamen la cara. Al abrir los ojos, se quedó estupefacto al comprobar que unos ojos que trasmitían a la vez desasosiego y alegría lo estaban mirando fijamente acompañado con un constante movimiento del rabo.

¡Era Tania! -nombre que recibiría después- ¡Lo que él siempre había andado buscando, hasta ese momento sin éxito!

Su estado físico presentaba un aspecto más que lamentable: descuidada, sucia, mal alimentada… y, lo que es peor, con infinidad de señales de haber sido maltratada antes de ser abandonada o haberse escapado.

Aquella tarde, cuando Pablo vuelve a casa con ella, se encuentra con la negativa de nuestra parte para que se pudiera quedar allí. Pero como amante de los animales, la lavamos, le curamos algunas heridas que tenía y, por supuesto, le dimos de comer y la cuidamos mientras mi hijo le encontraba un nuevo dueño.

Pero..., con el paso de los días, fuimos dándonos cuenta que la pasión -aunque no lo parezca, esta es la palabra justa- que empezaba a sentir por Pablo. Si a esto le añadimos, el cariño y alegría que nos mostraba, acabó ablandándonos el corazón y, entre todos, decidimos que formara parte de nuestras vidas a partir de aquel momento.

Desde entonces hasta hoy, Tania, nunca nos ha dado el más mínimo problema, ni quebradero de cabeza -si exceptuamos cuando ve gatos al salir a la calle-: fuerte, sana, dócil, tranquila, cariñosa con todos, juguetona con los niños...

Además, como compañera de caza de Pablo, es algo sin igual, incluso cuesta trabajo describirlo con palabras. Verla en el campo con esos kilillos de más que siempre ha tenido es todo un espectáculo. Su trabajo, con la compañía de Mancha, es incansable. Si a ello le unimos que está dotada de un olfato finísimo, el resultado es que estamos ante el complemento ideal de todo cazador a la hora de abatir a las escurridizas y veloces liebres y a los ágiles y desconcertantes conejos. De camino, le falta tiempo para saltar al agua –de día o de noche- y traer hasta la orilla a cualquier anátida que ha caído dentro de los pantanos o encontrar cualquier perdiz -creo que son su debilidad-, tórtola, paloma o zorzal que se ha perdido entre la maleza. También, las piezas abatidas son de su “exclusiva propiedad”, ya que no deja que nada ni nadie se le acerquen, a excepción de nosotros, para quitarle lo que celosamente guarda para sus dueños.

No sé si ese encanto especial que le producen las perdices puede venir por mi afición a la “jaula” y el estar en continuo contacto con ellas. Lo cierto es que las huele a distancia y tengo que andar con un cuidado especial en muchas ocasiones, para evitar que acabe con ellas en mis propias manos.

Llega a tal punto su atracción hacia las patirrojas que los muchos vídeos que suelo ver de ellas, son seguidos con todo tipo de detalles por su parte. Normalmente, se sienta sobre sus patas trasera delante del televisor y, sin pestañear, se queda las “horas muertas” siguiendo todo lo que ocurre en aquel “cacharro”.

Debido a ello, este desmesurado fervor hacia nuestra reina de los bosques tuvo su punto álgido la temporada pasada casi a su conclusión. Montero, pollo muy prometedor, de la granja “El Plantel” de Santa Cruz (Córdoba) –con el único que me quedé tras desechar varios de otras procedencias”-, sólo sacado al campo una vez –aquel día de “marras”- y con una pareja abatida, tras excepcional demostración de suavidad y saber hacer las cosas, no tuvo el mejor final, sino todo lo contrario.

La mañana del citado día, tras volver al cortijo, más contento que unas castañuelas por la faena que se había “tirado” Montero y que culminó como queda reseñado antes con la collera a sus pies, le quité la funda, la esterilla y lo puse en la mesa al lado de los otros reclamos que me había llevado ese fin de semana. La alegría que me inundaba me “rebozaba" por todas partes. No faltaron las felicitaciones, ni los buenos tintos, mientras nos contábamos todos los compañeros las incidencias matutinas.

Ya por la tarde, tras dar una cabezada en uno de los sillones frente a la chimenea, Rafael –mi secretario- y yo salimos a dar el segundo puesto del día. Y si el regocijo de la jornada matutina había sido grande, en la vespertina, para no ser menos, no decayó, ya que a Facul, prometedor pollo de dos años, conseguí tirarle un macho, tras otra fenomenal faena. Su “viuda”, aunque escuchó por boca de mi reclamo los piropos y galanteos que se suelen usar en tales acontecimientos, prefirió no dar la cara y dedicarse a incordiar por los alrededores del colgadero. Así, en cuanto vi que Juan Crespo -uno de los compañeros de caza- volvía para el cortijo, tras dar su puesto, nos levantamos y dimos por terminados el nuestro. Le enseñé a Facul el gran macho abatido, mientras Rafael, iba cerrando el portátil. Luego, tras enfundar al reclamo y recoger todos los pertrechos, nos dirigimos “a peón” para la casa.

Por el camino, vimos un lugar idóneo para el puesto del día siguiente y anduvimos arreglando un poco la plaza y colocando el aguardo mientras ya el sol se había perdido en el horizonte y la noche desplegaba poco a poco su tupido velo sobre el Andévalo.

Cuando llegamos a la casa, con las luces de la vecina Minas de Santo Domingo y otras localidades del Alentejo portugués alumbrando a lo lejos Juan Crespo, me esperaba en la puerta con cara de circunstancias.

- ¡José Antonio, tengo que darte una mala noticia! –me refirió con voz entrecortada.

- Dime, Juan -le respondí, mientras mi mente “revoloteaba” intentando descubrir la misma.

-Tu perra, te ha matado uno de los pájaros. Pero es más, no hay quien se le acerque, por lo que no he podido quitárselo.

Tras unos segundos de desconcierto e incertidumbre, abrí la puerta y Tania, que ya me había sentido, me esperaba al pie de la misma con Montero en la boca, moviendo incesantemente la cola en señal de alegría.

Aunque la situación no era agradable, tuve que hacer de tripas corazón para no demostrarle lo que sentía. Me agaché un poco para recoger el reclamo que Tania había soltado a mis pies y la acaricié mientras le dedicaba palabras cariñosas. A la vez, la garganta se me resecaba poco a poco y la angustia me iba inundando por momentos. Pero tenía que guardar la compostura, Tanía no tenía culpa de nada. Algún fallo mío tendría que haber sido el detonante de tal estropicio.

Me acerqué a la mesa donde coloco todos los años los pájaros -por mucho que hubiera saltado la perra nunca lo hubiera alcanzado- y, efectivamente, la puerta de la jaula de Montero no tenía echados los ganchillos de la puerta, se me había olvidado. Por consiguiente, se supone que, en un movimiento del reclamo, ésta se debió de abrir. Luego, se saldría, saltaría al suelo y allí, totalmente indefenso, fue presa fácil para una grandísima cazadora como Tania que, felizmente, venía detrás mía a todos sitios para mostrarme su júbilo por lo que para ella debió ser una gran faena.

 

3 comentarios:

  1. Sr. ROMERO LLUCH, mi más sentido pésame por la pérdida de su compañero de caza, la vida tiene estos golpes tan desagradables. Me ha encantado la historia de su perrita TANIA, aunque le jugara la mala pasada de matarle a su perdigón MONTERO, péro ella solo hizo lo que a su entender a su dueño le agradaría, cobrarle la pieza.Un abrazo apretao y felices fiestas. Manolo.

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  2. Normalmente somos nosotros los culpables de los desaguisados,los animales van a lo suyo,su instinto le hace hacer cosas que a nosotros no nos agradan,pero hacen lo que tienen que hacer,aunque a nosotros nos fastidie enórmemente.Felices fiestas-

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  3. José Antonio as redactado esa vivencia con cariño,se te nota que eres amante a los animales
    y no solo eso si no que tambien los entiendes y los comprendes.

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