Con la llegada del otoño, época de adquisición de nuevos pollos para nuestros jauleros, suge la eterna dualidad de su procedencia: campo o granja. Pero no sólo es eso, sino que para muchos aficionados, el que el otro tenga reclamos nacidos en cautividad es algo así como un desprecio; cosa que, ni debía serlo, ni lo es y, máxime, cuando muchos grandes aficionados, bien por ideas propias, o bien, porque no le es fácil conseguir pájaros de campo, han optado por reclamos de granja. El tema está más que manido, pero siempre de moda.
Desde que las primeras perdices de granja empezaron a proliferar, se ha mantenido un continuo debate entre los defensores de éstas y los de la auténtica perdiz roja salvaje. Sin embargo, en los últimos tiempos, estas diferencias han tomado una virulencia tal que, a menudo, se llega a la falta de respeto, al insulto, la degradación… entre dos formas de ver un mismo sentimiento, suponiendo, por supuesto que, ambas defensas, tienen en común la pasión por la caza de la perdiz con reclamo.
Ante todo, a mis casi 60 “celos”, he tenido el privilegio de ver a esa perdiz de hace cincuenta años y a la de hoy. He visto a muchas patirrojas venirse de vuelo desde bien lejos, caer a los pies del reclamo, echar el ala a rastras y engarabitarse en la jaula. También, por el contrario, he contado 14 ó 15 de granja al entrar en la plaza de careo sin el más mínimo celo. Pero, al mismo tiempo, tengo que decir que he matado granjeras que han luchado con el reclamo como la mejor campera y que me he dado cuenta de su procedencia al tenerla en las manos y verle sus patas. La realidad nos dice que, hoy, la perdiz no es la que cada uno quiera, sino la que es. Y esto, nos guste o no, nos dice que, nuestros campos, por infinidad de motivos que todos conocemos, están invadidos de pájaros de granja y que, desgraciadamente, para los que los detectan o, afortunadamente, para otros muchos que no tienen otra posibilidad, por muchas razones, “los gallinos”, como vulgarmente se les conoce, están ahí.
Si tuviera que definirme como cazador de reclamo, lo haría como un acérrimo defensor de nuestra auténtica perdiz roja salvaje, tanto en el campo como en la jaula. Nunca he soltado perdices de granja en los muchos cotos donde he estado, ni he ido a colgar a fincas con perdiz “sembrada”, excepto el año pasado. Pero esto no significa nada. Podemos tener una finca “libre de humo, pero como el vecino fume…”. Y eso, desgraciadamente ocurre en casi todos los rincones. Por consiguiente, el tener el privilegio de poder colgar en lugares en donde, afortunadamente, no ha llegado la perdiz de granja, está al alcance de poquitos, poquitos. Realmente son unos privilegiados y les tengo envidia sana. Pero es más, allí no se puede colgar a cualquier pájaro. O es una “jaula” de categoría, o nos comemos un pimiento. Hay buenos reclamos para el campo de “andar por casa”, pero cuando se enfrentan a espolones “corríos” con muchos años en las sierras, el resultado es fracaso total. Para éstos ejemplares hace falta “jaula” con bemoles y sabiendo trabajar. Si no se dispone de todos los recursos y la sapiencia en utilizarlos, jaulazo tras jaulazo y sofocón tras sofocón.
El problema surge cuando queremos dar con esos reclamos. ¿De dónde: de granja o de campo? Yo, personalmente creo, aun pudiendo estar equivocado, pero es mi opinión –tan válida como otras- que aunque ha habido, hay y habrá buenísimos reclamos granjeros, ante un buen “espada” de campo hay que “morir”.
Pero el reclamo de campo hay que buscarlo en el campo y esto significa dos cosas:
1º.- Muchos reclamos cogidos en el campo son más de granja que de campo.
2º.- Aunque nos es fácil dar con campo puro, algunos se encuentran, pero aquí empieza el problema. Con desalados, heridos o cogidos en fincas propias no habría para abastecer toda la demanda. Luego, hay que buscarlos de forma ilegal y, ello, conlleva el esquilme de los terrenos por parte de muchos cuatreros, con el apoyo incondicional de los que luego se los adquirimos.
No hay que ser licenciado en Ciencias Exactas para saber los pájaros que habría que coger del campo para llenar los jauleros de todos los aficionados. Simplemente multiplicando los miles y miles de colgadores que hay en Andalucía por 6 u 8, nos darían varios cientos de millares de machos de perdiz más otros tantos que perecieron antes de llegar a su destino y, eso, es una burrada insostenible.
De todo lo anteriormente expuesto se pueden sacar dos reflexiones:
Primera: Aunque a todos nos gustaría colgar en lugares “vírgenes”, nos es tarea fácil. Los imperativos económicos y de poder encontrarlos no están al alcance de todos, por mucha afición que se tenga. Por tanto, creo que no podemos ningunear al que no tiene otra posibilidad que la de la perdiz de granja que, dicho sea de paso, a lo mejor, el “tío” es un jaulero en toda regla y del que todos podríamos aprender muchas cosas.
Segunda: Buscar reclamos nacidos en libertad significa restar al campo y, a los niveles de hoy –hace años no era un problema-, se resta una auténtica locura.
MORALEJA: “Teta y sopa no caben en la boca”
¿No tendríamos que empezar por llenar nuestros jauleros de pájaros de granja?
¿No tendríamos que empezar por no comprar bajo ningún concepto un pájaro de campo?
Para terminar, decir que, aunque siempre he “tirado al monte”, posiblemente los años, cada día más, me van haciendo ver que de las granjas también salen buenos reclamos y, por consiguiente, tengo varios en mi jaulero, los mismos que hay de más en el campo. Por tanto, respetemos lo que otros tienen o cazan.