Lo que ha ocurrido este fin de semana pasado en gran parte de la geografía andaluza y española: frío, aire y agua, son uno de los muchos inconvenientes que tiene nuestra afición, pero, a la vez, estos contratiempos, son los que la engrandecen.
Si a lo citado, le unimos: la lata que suele dar el ganado que hay en la mayoría de las fincas, las águilas y otras aves que son un peligro para el reclamo, los muchos trabajos agrícolas y ganaderos, los vecinos que no cuelgan y dan un poco la lata, el ruido de los motores de los vehículos que circulan por carreteras próximas, las alimañas y otros animales salvajes que aparecen algunas veces por las inmediaciones del colgadero e incluso en la plaza, las burracadas que sin venir a cuento nos regalan nuestros reclamos... El resultado es que, de los cuarenta días que conforman su periodo hábil de caza, pocos o muy pocos, reunen las condiciones medias aceptables para que dicha modalidad de cinegética tenga un resultado aceptable.
Nos imaginamos qué ocurriría si las condiciones meteorológicas fueran en todo momento las idóneas, si no existiera ganado en la finca donde cazamos, si no hubiera rapaces, si los dueños no realizaran labores ni con la tierra ni con el ganado, que nuestros pájaros siempre dieran puesto de diez.... Pues creo que la respuesta es clara: no quedaría una perdiz en el campo.
Afortunadamente, aunque nos joda, existen una gran cantidad de inconvenientes a la hora de dar el puesto y, gracias a ellos, año tras año, llegamos a la fecha cargados de ilusiones Si no las hubiera, esta modalidad de caza sería tan anodina que la afición de verdad, la de sentimiento y corazón, no existiría. Habría "mataperdices" sin escrúpulos, pero jauleros de corazón, no. La afición a la caza de la perdiz con reclamo, persiste en el tiempo, porque su embrujo y el qué pasará la temporada siguiente o en el puesto próximo, nos tiene siempre con el "alma en vilo".
Si supiéramos que, en todos los puestos, nuestro reclamo va a dar un recital y en todos vamos a tirar cuatro, seis, ocho o diez perdices, llegaría el momento que ni siquiera se nos apetecería salir a colgar. La grandeza de este "arte" milenario, como lo han definido algunos autores, está en no saber cuál será el puesto de diez. Se sabe que puede ser cualquiera de los muchos que damos, pero nunca sabemos cuál. ¿Cuántas veces salimos con el "figura" a un lugar de ensueño y volvemos con las orejas "gachas"?, o ¿cuántas vamos a sitios que no tienen nuestra bendición con un mediacuchara o con un pollo y volvemos embelesados?
Frases que todos decimos o leemos como: como "ya empezamos", " ya estamos igual que todos los años", "el campo está fatal", "de tres años, dos malos y uno regular"..., en el fondo, para mi humilde entender, lo que hacen es reforzar nuestra afición y no lo contrario. Seguimos año tras año con nuestra "locura" porque lo que ocurrirá es enigmático y esto es una cualidad que al hombre le atrae.
Si hiciéramos un símil taurino, esto sería algo así como ser aficionado, con todos los respetos que me merecía su figura y su toreo, a Curro Romero. Sus seguidores, casi todos los días salían de la plaza "echando sapos por la boca", pero, al poco tiempo, estaban deseando verlo en la próxima cita. ¿Por qué? Pues, porque todos ellos, esperaban el día en que cogiera el capote, dibujara con él las mejores filigranas y, tras corta pero magistral faena, tuviera el acierto con la espada y consiguiera las orejas y el delirio de quienes días antes le habían tirado de todo. Estaba claro que la gran faena no la "regalaba" todos los días. Cuando no era el toro, era el viento y cuando no, le picaban mucho el astado o viceversa... La historia era que pasaban muchos toros por sus taleguillas, pero pocos o muy pocos cuajaban. Pero siempre arrastraba detrás de sí a un gran número de forofos seguidores.
Nos imaginamos qué ocurriría si las condiciones meteorológicas fueran en todo momento las idóneas, si no existiera ganado en la finca donde cazamos, si no hubiera rapaces, si los dueños no realizaran labores ni con la tierra ni con el ganado, que nuestros pájaros siempre dieran puesto de diez.... Pues creo que la respuesta es clara: no quedaría una perdiz en el campo.
Afortunadamente, aunque nos joda, existen una gran cantidad de inconvenientes a la hora de dar el puesto y, gracias a ellos, año tras año, llegamos a la fecha cargados de ilusiones Si no las hubiera, esta modalidad de caza sería tan anodina que la afición de verdad, la de sentimiento y corazón, no existiría. Habría "mataperdices" sin escrúpulos, pero jauleros de corazón, no. La afición a la caza de la perdiz con reclamo, persiste en el tiempo, porque su embrujo y el qué pasará la temporada siguiente o en el puesto próximo, nos tiene siempre con el "alma en vilo".
Si supiéramos que, en todos los puestos, nuestro reclamo va a dar un recital y en todos vamos a tirar cuatro, seis, ocho o diez perdices, llegaría el momento que ni siquiera se nos apetecería salir a colgar. La grandeza de este "arte" milenario, como lo han definido algunos autores, está en no saber cuál será el puesto de diez. Se sabe que puede ser cualquiera de los muchos que damos, pero nunca sabemos cuál. ¿Cuántas veces salimos con el "figura" a un lugar de ensueño y volvemos con las orejas "gachas"?, o ¿cuántas vamos a sitios que no tienen nuestra bendición con un mediacuchara o con un pollo y volvemos embelesados?
Frases que todos decimos o leemos como: como "ya empezamos", " ya estamos igual que todos los años", "el campo está fatal", "de tres años, dos malos y uno regular"..., en el fondo, para mi humilde entender, lo que hacen es reforzar nuestra afición y no lo contrario. Seguimos año tras año con nuestra "locura" porque lo que ocurrirá es enigmático y esto es una cualidad que al hombre le atrae.
Si hiciéramos un símil taurino, esto sería algo así como ser aficionado, con todos los respetos que me merecía su figura y su toreo, a Curro Romero. Sus seguidores, casi todos los días salían de la plaza "echando sapos por la boca", pero, al poco tiempo, estaban deseando verlo en la próxima cita. ¿Por qué? Pues, porque todos ellos, esperaban el día en que cogiera el capote, dibujara con él las mejores filigranas y, tras corta pero magistral faena, tuviera el acierto con la espada y consiguiera las orejas y el delirio de quienes días antes le habían tirado de todo. Estaba claro que la gran faena no la "regalaba" todos los días. Cuando no era el toro, era el viento y cuando no, le picaban mucho el astado o viceversa... La historia era que pasaban muchos toros por sus taleguillas, pero pocos o muy pocos cuajaban. Pero siempre arrastraba detrás de sí a un gran número de forofos seguidores.
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