lunes, 7 de marzo de 2011

EL 410, UN CAPRICHO DE JAULERO.


Entre las muchas singularidades que acompañan a los aficionados a la “jaula”, bajo mi punto de vista y, creo que, compartido por muchos, está el ser un poco caprichocillos y maniáticos. Es más, pienso que no es un poco, sino un mucho.

La experiencia me demuestra, después de haber departido con cientos y cientos de adicionados que, cada uno de nosotros, tenemos un perfil de gustos y puntos de vistas totalmente diferentes. Lo que para uno es una maravilla, para el otro es una barbaridad. Lo que uno hace desde siempre, al otro le parece que no es lo mejor, sino todo lo contrario.

Pues yo, como como no iba a ser menos, por ser uno más de este colectivo, también lo soy. Entre los muchos caprichos que tengo, aunque parezca una locura, uno de ellos es el calibre pequeño para el puesto. En la actualidad, tiro con una paralela del 410. Para ser exacto, una Hnos Zabala, modelo Althea, que al venir con cinco polichoc, utilizo una estrella para el izquierdo y dos para el derecho. Esta escopeta, en principio, la adquirí para regalársela al que debería ser mi nieto, según los primeros dictámenes del doctor que seguía el embarazo de mi hija. Luego, lo que en principio parecía niño, fue una hermosa niña: Carla. Con ello, la historia cambió y, lo que hice, fue quedármela.

Y no es que sea una novedad, es que nunca he tirado con grandes, excepto en muy contadas ocasiones que, dicho sea de paso, fueron al principio; es decir, cuando comencé mi andadura de jaulero sin ir de secretario con mi abuelo u otro familiar.

Tras abandonar la del doce, curiosamente, con este calibre erré algunos pájaros, empecé a tirar con una Haya del veinte de un sólo cañón. De ahí y, durante bastantes años, salté a una Hispano-inglesa del veintiocho. Este año, para acabar con el cuadro, he adquirido la Hnos Zabala, reseñada anteriormente del 410.

¿Qué por qué he llegado a este punto tan singular?

Pues diría, sin lugar a equivocarme que la razón no ha sido otra que, la de ir al puesto, buscando sensaciones nuevas, repletas de dificultad, ya que está claro que tirar con un calibre pequeño no es igual que tirar con uno grande: hay que ser mas preciso y buscar el momento idóneo para el disparo. Por lo demás, no difiere mucho de otras opciones.

Para mí, y siempre con las grandes reservas de ser una opinión personal, el tirar con el calibre mínimo, tiene como grandes ventajas: el que el ruido que hace el disparo es mucho menor y que destroza menos la caza.

Lo importante es saber el arma que se tiene entre las manos y, en este caso, conocerla muy bien. Como no se le pueden pedir peras al olmo, tenemos que ser muy rigurosos a la hora de la colocación del farolillo, a la de la elección del cartucho y al momento del disparo.

En cuanto a lo primero, nunca se debe colocar excesivamente largo, porque entonces, o bien dejaríamos las piezas aleteando o dando botes, o bien, malheridas, se irían de vuelo de la plaza. Por tanto y, dependiendo de las estrellas del cañón, tras múltiples pruebas, para comprobar su eficacia a determinadas distancias, el tanto, lo debemos colocar sobre los quince pasos como término medio. En mi caso particular, con una y dos estrellas, lo sitúo sobre los veinte, siempre contando con las características del terreno y la vegetación del lugar.

En cuanto al tipo de cartuchos y, sin ánimo de hacer propaganda a una marca y grosor del plomo, después de muchas pruebas, he llegado a la conclusión que la marca TRUST eibarrés, tipo mágnum, del plomo ocho, es el idóneo, ya que los más de doscientos cincuenta que contiene cada uno, son más que suficientes para dejar seca, como con otro calibre, a la patirroja de turno.

En cuanto al momento del disparo, tengo que decir que, si lo anterior es importante, este punto no lo es menos, sino primordial. El no ponerse nervioso, el apuntar perfectamente y el disparar cuando haya que hacerlo, ni antes, ni después, es un porcentaje muy alto en la “operación”. Si fallamos en cualquiera de las circunstancias anteriores, nos cargamos la “secuencia” y, más tarde, lo lamentaremos. A lo anterior, hay que añadirle el intentar no tirar el pájaro de frente, aunque también se queden “secos”, ni tapado por vegetación y, menos, a la carrera cuando sale de estampida por haber extrañado algo. Es más, si nos entra una pareja y existe un cruce limpio y se afina, se puede realizar carambola con todas las garantías del mundo.

Lo que sí es cierto, es que si ya antes, tenía una Haya monocañón de 12mm, con la que tiré en momentos puntuales, debido a diferentes situaciones, más la que tengo ahora, a modo de resumen, puedo precisar que, si la memoria no me falla, no se me ha escapado ninguna perdiz con ambas escopetas. Sí recuerdo que, hace seis o siete años, una de ellas salió volando y, a los pocos segundos, cayó hecha un taco. Pero esto, como sabemos los que ya llevamos “algunos años” como aficionados, pasa en las “mejores familias”. En esta temporada que acaba de concluir, he disparado a dieciocho y sólo un macho con un plomo en la cabeza y en un doblete -una verdadera lástima por el pájaro que estaba en el tanganillo-, una hembra, curiosamente la de delante, aletearon en su agonía, el resto, quedaron sin mover una pluma. Es más, algunas de ellas al observarles bien las incidencias del tiro en su plumaje, nunca se diría que se había hecho con semejante calibre.

Para concluir: ¿qué es una autentica locura...? Posiblemente, pero a mí, hasta la fecha, me va bien, me fascina y los resultados..., están ahí. Lo que está claro es que, si la “historia” no marchara, no seguiría con ella. Dentro de unos años, si se vive y fallan algunos de los cinco sentidos..., Dios dirá. Pero hoy..., lo tengo claro: calibre 410.

 

Esta es mi preciosa “espingarda”. Como se puede comprobar, los cañones se lo pinté de camuflaje para evitar el brillo que traían de fábrica.






Estos son los cartuchos con los que he tirado en la recien acabada temporada.



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