Una de las cosas que tenemos en común todos los aficionados al reclamo, es tener en nuestras venas algo de G. Bell, T. Edison, A. Nobel, I. Newton… Es decir, ser, aunque a pequeña escala, inventores.
Enseres y pertrechos; jaulas, casilleros y cajones de muda; esterilla y sayuelas, portátiles y sus adecuación para el uso del material audiovisual,… en manos de cada aficionado, tienen un punto personal que los hacen distintos a los de los demás. Y no es que los de otros no sirvan, sino que cada uno de nosotros a ese artilugio, por llamarle de alguna forma, le añadimos una serie de variantes para que, siempre según nuestro prima óptico, funcione mejor o se adecue más a las necesidades del guión. Incluso inventamos montones de mecanismos e historias para coger a los reclamos y no hacerle daño durante su manipulación. ¡Hasta trabas para que no se hagan daño unos a otros cuando se mudan en sueltas con varios ejemplares!
Así, por citar algún ejemplo que confirmen mis palabras, voy a analizar detenidamente uno de los “chismes” más utilizados por cualquier aficionado al reclamo: el tanto, farolillo, tanganillo, matojo, pulpitillo, arbolillo, maceta, peana…, como es conocido en distintos lugares de nuestra piel de toro. Si ya tiene innumerables nombres, porque se usa en muchos y distintos sitios, bastantes más variantes tiene, porque quien los usa, caprichoso y original además, como somos cada uno de los que sentimos esta afición, siempre andamos maniobrando, para ver que se nos ocurre y que nuestro invento sea la revolución y la admiración de quienes lo ven de otra forma.
Pues bien, nuestro citado farolillo, o como queramos llamarlo, en un principio, una maravillosa “obra de arte” realizada con la vegetación del lugar: jaras, jaguarzos, tomillos, chaparras, retama, coscoja… y en cuya fabricación se perdía un buen puñao de minutos, con la llegada de la tecnología, la comodidad y la avaricia de bastantes nuevos aficionados de dar varios puestos en una de las jornadas del día –alba, sol y tarde-, se han transformado en un artilugio más o menos sofisticado, pero el mejor en cada caso, según su propio inventor y, en la mayoría de las veces, fabricante.
Si ya en el mercado, las casas especializadas en la fabricación y venta de utensilios y accesorios para el cazador, nos ofrecen mil y uno de ellos con infinidad de variantes técnicas, encaminadas a proporcionar mayor calidad y prestaciones, luego vamos nosotros y, sobre lo que hemos adquirido, le realizamos un sinfín de cambios y arreglos porque consideramos que, aunque está bien, no es de nuestro total agrado. Pero además, en los talleres de cada uno de los jauleros, siempre hay infinidad de proyectos sobre mejoras a realizar en los diferentes modelos que tenemos en mente. Así, desde la simple barra metálica con una fijación en la parte alta para colgar la jaula y una pulpo de goma para sujetarla a ella, hasta artilugios desmontables muy sofisticados, con correderas para subirlos y bajarlos según las necesidades del terreno y cazadero, hay cientos y cientos de modelos que, sin lugar a duda, son el mejor en cada caso, para su correspondiente dueño.
Estos bocetos recogen algunos de los muchos que podemos ver, bien adquiridos en el mercado o fabricados por los propios aficionados.
Una vez que nos hemos parado en ver la enorme cantidad de artificios que utilizamos para colgar a nuestro reclamo, podemos seguir con otro de los accesorios del perdigonero: las jaulas.
Si partimos de la base que todas son redondas y con terminación ahuevada, el resto de ellas, es pura singularidad. El tamaño, el número de alambres y el tipo del mismos, la forma de las puertas y piqueras, con o sin comedero dentro, anilla o gancho para cogerla, el suelo, su forma y material para fabricarlo, los “gorritos antisaltos”, el tratamiento de los alambres y su pintado, los aros de madera, PVC o alambre… Pues bien, cada uno de estos apartados anteriores, han consumido horas y horas de la vida de muchos aficionados, rompiéndose la cabeza, con el firme propósito de conseguir la solución de muchos chascos, siempre según ellos, por los que han pasado. Las jaulas, aunque lo normal es que las adquiramos en el mercado y, muchas de ellas, a más que buen precio, hay multitud de “arquitectos” que han diseñado sus propios modelos porque, lo que se vende, no es de su gusto o, bien, porque les va la “marcha”. Y lo peor del tema, en este caso, lo mejor, es que, muchos de los artesanos-inventores, logran verdaderas obras de artes dignas de los mejores elogios. Para ello, diseñan complejos moldes con infinidad de variantes, según el modelo de jaula que van a fabricar.
Siguiendo con otros de nuestros cachivaches, los casilleros o tableros y los cajones de muda, adquiridos o construidos por los propios perdigoneros, están repletos de mil y una variantes o mejoras, bien para evitar que gorriones, tórtolas y otras aves puedan acceder a su comida, o bien para que los reclamos estén más cómodos y le sea más fácil y provechosa su estancia en los mismos. Así, compactos de dos tres jauleros para el traslado al campo, infinidad de tipos de comederos, bandejas para las deposiciones, amarres para las jaulas, puertas de entrada, diferentes tipos de barrotes y distancia de separación de los mismos, adosados para el arenero, geniales muebles con varios departamentos, verdaderas obras de arte de mampostería con ubicación adecuada para aprovechar mejor las aportaciones del astro rey…
Y así podríamos seguir enumerando inventos y descubrimientos porque, nuestro “coco”, nunca está descansando, sino dando vueltas continuamente en busca de progresos que repercutan en el bienestar de nuestros reclamos y, con ello, la mejora, cuando llegue la hora, de su rendimiento. De esta manera, los asientos, esterillas, sayuelas, ganchos…, tienen cuarenta mil “historias”, simplemente porque lo hemos vistos en otros compañeros o porque pensamos que de tal o cual forma, es mucho mejor.
Para ir terminando, no podemos olvidar, el aguardo, base fundamental de todo cuquillero, conjuntamente con el pájaro y la escopeta. Sin lugar a equivocarme, puedo aseverar que, hay tantas variantes, como aficionados. Dar con dos iguales es casi imposible. Si en un principio lo eran, porque lo compramos de tal o cual procedencia o nos los hicieron un determinado artesano, en cuanto llegan a casa, comenzamos a efectuarles nuestros correspondientes arreglos. Así, barras para soportar la escopeta, agujeros y enganches para apoyarla, pequeñas troneras aquí y allí, para tal o cual función, correas de este tipo o de otro para su transporte, enganches para la bolsa de cartuchos, techos para no ser vistos o para los días de lluvia…
Por último, con la irrupción masiva de grabadoras, se “maquinan” un sinfín incalculable de “artefactos” y adecuaciones en el aguardo, para con ello, poder inmortalizar grandes lances o para que, el resto de aficionados, puedan opinar -con no muy buena nota la mayoría de las veces porque no existe patrón fijo a la hora de enjuiciar un lance-, sobre la actuación de tal o cual reclamo y la del aficionado que está tras el aguardo.
Obviamente, cualquiera que no sea aficionado y tuviera acceso a todo el “tinglao” que nos tenemos “montao” para cazar nuestros reclamos, diría:
- ¡Así cualquiera!
Sin embargo y para nuestra desgracia, este buen señor que hizo tal aseveración, se le olvidó lo más importante: el reclamo. Y, desgraciadamente, aunque hayamos inventado mil y un artilugio de todo tipo, la gran mayoría de las veces, a estos, no se les saca el provecho deseado, porque el protagonista principal de la película, “Fulanito”, “Menganito”, “Zutanito” o como se nos haya ocurrido llamarle, no se merece que, quien está observando su deplorable faena, desde el aguardo, haya gastado horas y horas de su vida para ofrecerle lo mejor.
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