Esta mañana, acompañados por Manuel Monescillo y Raimundo Alaminos nos hemos acercado por la Puebla de Guzmán para dar una vuelta, ver los comederos y, de camino, coger un poco de poleo para las habas "enzapatás", plato típico de Huelva y que, por estas fechas, cuando dicha leguminosa está totalmente bien granada, es aperitivo mas que común en bares y hogares.
Imagen de dos comederos de la finca. En el primero, el amigo Raimundo anda viendo cómo está de trigo. El segundo nos muestra hozaduras de los jabatos que siempre, nunca mejor dicho, andan "jodiendo la marrana". Terminando, muchas veces, por romper/doblar el mallazo, estropearme los bidones del trigo y, por supuesto, comerse el grano.
El campo, como en ocasiones anteriores está de lujo. Pastos a la altura de la rodilla, trigales de más de un metro de altura y con espigas enormes, pantanos a rebosar, jaguarzos/jaras con un vigor extraordinario... Junto a ello, los machos de perdiz ya se ven solos, señal inequívoca que tienen las hembras incubando. Lo negativo, ni un conejo. Alguno hay, pero da pena ver como van desapareciendo poco a poco, por más que nos empeñemos en cuidarlos.
Pero sí ha habido una cosa que me ha vuelto a llamar muy mucho la atención -que no es nueva- y que lo comentaba mientras andábamos por el campo con los compañeros: no hemos visto ni un saltamontes saltando a nuestro paso, ni una libélula en los humedales y, mucho menos, escuchar el canto de los grillos. Todo ello a fecha de finales de abril, cuando hace años, por estas épocas más o menos, se tropezaba uno con infinidad de ejemplares como los reseñados con anterioridad. ¿Qué quien tiene la culpa de ello? Supongo que habrá muchas circunstancias que han llevado a la situación actual. Pero lo que sí está claro es que, con rotundidad meridiana, los cazadores no.
Pero sí ha habido una cosa que me ha vuelto a llamar muy mucho la atención -que no es nueva- y que lo comentaba mientras andábamos por el campo con los compañeros: no hemos visto ni un saltamontes saltando a nuestro paso, ni una libélula en los humedales y, mucho menos, escuchar el canto de los grillos. Todo ello a fecha de finales de abril, cuando hace años, por estas épocas más o menos, se tropezaba uno con infinidad de ejemplares como los reseñados con anterioridad. ¿Qué quien tiene la culpa de ello? Supongo que habrá muchas circunstancias que han llevado a la situación actual. Pero lo que sí está claro es que, con rotundidad meridiana, los cazadores no.
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