Afirmar que el pájaro de primer
nivel es el objetivo primordial de cualquier cuquillero es como decir blanco y
en botella. Es decir, todos los pajariteros aspiramos a tener alguno de ellos en nuestro
jaulero y, si pudiera ser más de uno, mejor que mejor. Lo que pasa es que los
pájaros de bandera, como reseña Juan José Cabrero en su libro La perdiz con
reclamo, son como los obispos, uno por provincia. Pues a nadie que sepa de
qué va el tema se le escapa que no es tarea fácil el dar con un ejemplar de
estas características.
Sin embargo, muchas veces, aunque
no queramos reconocerlo, ni debería ser así, porque entraríamos en la envidia; un reclamo de alto nivel puede
resultar un verdadero problema entre los pajareros que comparten una misma
finca o acotado, situación que hemos comentado infinidad de ocasiones amigos y compañeros que estamos metidos en este mundillo. De hecho, si se caza en un terreno propio, no hay problema
porque el dueño de la finca sabe lo que hay en su despensa y hace uso de ella a
su gusto, pero si es una sociedad, por mucha buena relación que exista entre
los compañeros de coto -y no digamos si entra socio nuevo con un bandera-,
siempre confluyen pequeñas “cosillas” y un cierto malestar de los demás hacia
quien tiene la suerte de dar los puestos con un verdadero pájaro de jaula.
En la línea de lo anteriormente expuesto, en bastantes ocasiones, aunque no se diga nada públicamente al principio, en pequeños grupos sobrevuela un cierto desencanto, incluso impotencia. Y, por supuesto, puedo decir, porque lo he comprobado personalmente, que se llega a rifirrafes entre los compañeros, incluso amigos. En esta línea, ni que decir tiene que, por uno o dos días sin tirar, no pasa nada. Pero, el que uno no apriete el gatillo casi nunca o de vez en cuando y Fulanito o Menganito lo haga cada vez que sale al campo termina fastidiando al más pintado, aunque al principio, por respeto y moral, se deje el tema un poco aparcado. No obstante, cuando van pasando las jornadas y a las patirrojas no se le da con queso, hablo de perdiz salvaje, incluso de una buena repoblación y los ceros es lo normal entre los que comparten acotado, excepto para quien tiene “material” de primerísimo nivel, la cosa cambia. Es más, cuando este último pone encima de la mesa del cortijo, día tras día, una pareja o tres o cuatro montesinas, se puede llegar a situaciones no muy agradables: habladurías maliciosas, salidas fuera de tono, broncas en toda regla y, en casos extremos, se puede llegar a la perdida de amistad y a saltar por los aires un grupo de muchos años. Y lo que es peor, a veces, sin fundamento, se hacen acusaciones degradantes en cuanto al cómo y lo que hace quien el único pecado que le acompaña no es otro que el contar con un pájaro de jaula de verdad, es decir, lo que todo cuquillero quisiera. En consecuencia, el habrá que ver como las tira, vaya carnicero, mataperdices… son expresiones que más de una vez se han escuchado cuando las perchas de un determinado aficionado sobrepasan en mucho lo hecho por el resto de los socios de una finca donde se caza el reclamo, cuando si se es amigo y compañero de verdad, debería ser todo lo contrario: satisfacción y elogios hacia quien tiene la fortuna de haber dado con un pájaro excepcional. Y si encima de tener un gran reclamo, el “agraviado” es un tío que conoce el campo y sabe de qué va el tema, apaga y vámonos...
En la línea de lo anteriormente expuesto, en bastantes ocasiones, aunque no se diga nada públicamente al principio, en pequeños grupos sobrevuela un cierto desencanto, incluso impotencia. Y, por supuesto, puedo decir, porque lo he comprobado personalmente, que se llega a rifirrafes entre los compañeros, incluso amigos. En esta línea, ni que decir tiene que, por uno o dos días sin tirar, no pasa nada. Pero, el que uno no apriete el gatillo casi nunca o de vez en cuando y Fulanito o Menganito lo haga cada vez que sale al campo termina fastidiando al más pintado, aunque al principio, por respeto y moral, se deje el tema un poco aparcado. No obstante, cuando van pasando las jornadas y a las patirrojas no se le da con queso, hablo de perdiz salvaje, incluso de una buena repoblación y los ceros es lo normal entre los que comparten acotado, excepto para quien tiene “material” de primerísimo nivel, la cosa cambia. Es más, cuando este último pone encima de la mesa del cortijo, día tras día, una pareja o tres o cuatro montesinas, se puede llegar a situaciones no muy agradables: habladurías maliciosas, salidas fuera de tono, broncas en toda regla y, en casos extremos, se puede llegar a la perdida de amistad y a saltar por los aires un grupo de muchos años. Y lo que es peor, a veces, sin fundamento, se hacen acusaciones degradantes en cuanto al cómo y lo que hace quien el único pecado que le acompaña no es otro que el contar con un pájaro de jaula de verdad, es decir, lo que todo cuquillero quisiera. En consecuencia, el habrá que ver como las tira, vaya carnicero, mataperdices… son expresiones que más de una vez se han escuchado cuando las perchas de un determinado aficionado sobrepasan en mucho lo hecho por el resto de los socios de una finca donde se caza el reclamo, cuando si se es amigo y compañero de verdad, debería ser todo lo contrario: satisfacción y elogios hacia quien tiene la fortuna de haber dado con un pájaro excepcional. Y si encima de tener un gran reclamo, el “agraviado” es un tío que conoce el campo y sabe de qué va el tema, apaga y vámonos...
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