domingo, 17 de marzo de 2024

LANCE CON BURRO

 

Ya decía en la entrada anterior, que la temporada que ya ha finalizado para la mayoría de pajariteros, aun siendo mala, como casi todas, había tenido de todo y, entre ello, algunos buenos lances y curiosas anécdotas como la que relato a continuación y ocurrida en la finca El Alamillo, del término municipal de Válor.

Para adentrarnos en tan singular episodio, tengo que decir que fue en los primeros días de la apertura de la veda pasada, cuando para dar un puesto de mañana “tempranera”, me dirigía con mi coche hacia el colgadero, desde el cortijo del amigo Manolo Medina, donde pasaba, como hago últimamente, unos días de reclamo.

Por el camino, ya casi en la zona más alta del acotado y pegado al carril que me servía de camino para el colgadero, observo como un borrico de no mucha edad, andaba correteando y comiendo por los alrededores de donde yo circulaba con rumbo al lugar para colgar.

No le di mucha importancia y continué para donde pensaba echar el rato con el reclamo, un  aguardo que habíamos levantado tiempo atrás, con broza o leña en el borde exterior de unos palaínes -arbustos con hojas punzantes- de la zona lindera con el acotado de la población.

Cuando llego y levanto un poco la leña del aguardo y le coloco una red de camuflaje, para ser menos visible, si entraba el campo, observo, un poco estupefacto que el burranquillo que había dejado unos cientos de metros por debajo, se había venido tras de mí y lo tenía entre lo que sería el pulpitillo, que estaba situado sobre una chaparra y el aguardo. Circunstancia que me hizo parar mi faena de preparación y, con los brazos levantados y gesticulando, pero sin dar voces para no volar la caza, fui echando a tan curioso visitante de las proximidades del colgadero, hasta perderlo de vista.

Contento, porque suponía que se había ido, me puse a terminar la tarea que tenía antes entre manos y, poco después, ya sentado en mi cojín de espuma que suelo utilizar para los puestos de piedra y broza, pues en dicho acotado no se usa el portátil, Viñas, mi reclamo de aquella mañana, ya andaba lanzando su música a la soleada y fresca mañana alpujarreña.

Sin embargo, para desconsuelo  mío,  a los pocos instantes, casi sin darme cuenta, tenía al joven “Platero” en la misma plaza, mientras Viñas mantenía la compostura y seguía cantando como si nada estuviera ocurriendo.

Me levanté con toda la rapidez que permitieron mis maltrechas rodillas, y agitando los brazos y lanzándole algún que otro improperio al susodicho, intenté que se largara del lugar, pero no había forma. Así que, dándole vueltas a la cabeza, llegué a la atinada idea de que, como debido a su mansedumbre, se dejaba acariciar y coger, con mi correa, más un trozo de cuerda fuerte que siempre llevo en el maletero del coche para cualquier contingencia y a modo de rienda o cabresto, amarrarlo al tronco de una chaparra a cierta distancia del aguardo, cosa que hice, con feliz resultado. Así,  poco después de meterme de nuevo en aquel improvisado y destartalado aguardo, un macho, lanzando varios reclamos y dando de pie, se acercó a la carrera hacia Viñas con tal ímpetu que, tras dejar atrás al reclamo, dio la vuelta y entró en plaza como una auténtica locomotora, mientras el del repostero lo recibía con un  suave y casi imperceptible cuchicheo.

No mucho más tarde, porque no me gusta dejar al campo mucho tiempo en plaza, Viñas, tras certero disparo, lo despedía haciéndole el correspondiente entierro.

Como el lance no era de los que normalmente estamos acostumbrados a presenciar, a los pocos instantes, me salí del aguardo, con dolores en todo mi cuerpo por la mala posición que había tenido sentado sobre el cojín y tras enseñarle el machaco a Viñas, que se lo merecía de sobra, mientras disfrutaba dando de pie, me dirigí a soltar a tan importuno visitante que, ahora, como si se lo dijeran, salió “pitando” hacia el lugar donde se encontraba cuando lo divisé, cuando me dirigía al puesto de aquella mañana.