martes, 19 de octubre de 2010

EL "CELO" DE LOS COLGADORES.


Esta pasión, locura, fervor, delirio, fiebre, frenesí… y todos los calificativos que queramos añadirle, que muchas veces se escapan a la interpretación incluso de los psicólogos y psiquiatras como he podido comprobar al contrastar el tema con algunos de ellos, es algo difícil de plasmar en el papel, pero que todos los que estamos inmersos en el tema sabemos que está ahí y que a todos en mayor, o menor medida, nos afecta.

En principio habría que aclarar que me estoy refiriendo al jaulero de verdad. De aquí, hay que descartar a lo muchos “aficionados”, si así se les puede denominar, que han llegado a este “mundillo” para seguir con su avaricia personal e ir añadiendo a su ya dilatado currículum de cazadores de pacotilla varios apartados más. Estos, nunca se arrepentirán ni pedirán perdón, porque en sus interiores no existe el más mínimo resquicio para tales valores humanos. Ellos van a su “joío avío”, como se suele decir. Por tanto, la amistad, el compañerismo, la franqueza, la solidaridad…, brillan por su ausencia en sus interiores. Sin embargo, y siempre según ellos, tienen los mejores pájaros, matan más que nadie, entienden de todo más que ninguno, no se equivocan nunca… y, por supuesto, nunca tienen la culpa de nada, la tienen los demás.

Pues dejando a este “ganao” a un lado y refiriéndonos al aficionado de verdad, creo que con la llegada del celo a nuestros reclamos, e incluso la mayoría de las veces mucho antes, se empieza a entrar en una especie de metamorfosis que incluso los que nos rodean se dan cuenta de ella. El problema es que nos pasa como a los alcohólicos, siempre decimos que no.

Cuando se acaba el verano y comienzan a caer las primeras aguas del otoño, nuestro corazón empieza a latir de otra forma. No sabría decir si es que vemos a los pájaros casi pelechados, si empezamos a escuchar los primeros cantos de nuestras patirrojas salvajes, si entramos en las tertulias con los amigos sobre cómo vendrá el celo, si adquirimos los primeros pollos, si vemos en nuestro jaulero a los mejores figuras…. La verdad es que entramos en una especie de hechizo que poco a poco va aumentando su “temperatura”, llegando algunas veces a rayar en lo insólito e inaudito.

…Y cuando recortamos…, apaga y vámonos. Desde este momento, hasta pasado el ecuador de la cuelga, ya entramos en “alerta roja”. La ansiedad, el nerviosismo, la irritabilidad…, e incluso en algunas ocasiones los problemas con el sueño, hacen de nosotros otras personas totalmente distintas, llegando a pagarlo, en el colmo de los colmos, incluso con nuestras mujeres e hijos u otros familiares.

Todos los días, incluso antes de marcharnos para el trabajo, si es que no estamos jubilados, lo primero que hacemos, o de las primeras cosas que hacemos para no ser demasiado extremistas, es ir al jaulero y examinar a nuestros dos o tres “fenómenos” para ver si hay algún problema: los excrementos blandos, alguna plumita indicativa de un intempestivo pelecho, una lesión casual..., etc. Si la cosa marcha bien, nada..., formidable, examinamos tranquilamente a todos los demás; pero si existe el más mínimo indicio relacionado con lo anteriormente reseñado…, ya está el lío. El malhumor hace acto de presencia. Posiblemente no desayunemos, y si lo hacemos es dirigiéndonos a todos los santos del cielo para que la cosa no vaya más allá o para enviarles “alguna dedicatoria” de los que no aparecen en la Biblia.

Jornada tras jornada, vamos aumentado los “niveles de chifladura en sangre” y cuando llegan las navidades, veinte días aproximados para el inicio de la cuelga, alcanzamos los máximos porcentajes. De diez conversaciones, siete están relacionadas con el reclamo. Las reuniones entre pajariteros toman una importancia vital: el ¿cómo están tus pájaros?, ¿tú que comida le echas?, el campo no tiene celo, yo los míos no los veo buenos, el tiempo está fatal, que si Fulano dice..., que si Mengano me ha dicho..., que si las bellotas..., que si el verde..., que si las vitaminas..., es la comidilla de todos los días.

Con todos estos “dolores de cabeza”, nos plantamos en la jornada anterior al de la apertura, víspera del gran acontecimiento del año: escopetas, cartuchos, portátiles, ropa, comida, esterillas..., y que no surja ningún contratiempo, ya que si así fuera..., ¡“peligro nacional”!

.... Y llega la tan esperada tarde noche, antesala del comienzo de “la locura total”, la tan ansiada y deseada desde la temporada anterior. Los compañeros del coto, la tertulia a pie de la candela, las diferencias de criterios, las “copas”..., ¡y el termómetro, subiendo!

Ya hartos de matar perdices en el cortijo, nos vamos retirando a la cama, aunque hay quien no lo quiere y se aferra a continuar con “la última copilla”... Una vez allí, vueltas para un lado, vueltas para el otro..., hasta que rendidos, nos quedamos dormidos.

Al poco rato, el que más y el que menos, tras la primera “cabezá” y con los ojos como platos, empieza a darle vueltas y más vueltas al puesto que dará por la mañana, incluso puede que cambie de opinión y se plantee colgar en otro sitio. Luego aparecerá el “figura” que llevará. ¿Será el ideal?..., ¿o será mejor llevar otro?...

Al final, como el tiempo es inexorable, suena el despertador a la hora prefijada. Posiblemente, un poco agotados del trajín nocturno, nos quedaríamos un rato más en la cama, pero el ritual pajaril no lo permite, hay que levantarse de momento. Vamos al servicio, nos aseamos y charlamos con los compañeros mientras desayunamos.

Si fumamos, cosa muy normal entre nosotros por estas fechas, entre la noche y los primeros momentos del día..., cenicero y mucho.

Por último, después del tradicional “suerte compañero”, como se desean unos a otros los “espadas” antes iniciar el paseíllo, nos dirigimos al lugar elegido.

Y llega la gran prueba... Si conseguimos tirar, que seguramente lo haremos rápido con el primero que entre, si es que entra, para calmar nuestros nervios, fenomenal. Sacaremos un buen cigarro, le daremos una gran “calada”... y, nada, el calmante empieza a surtir sus efectos.

Pero..., ¿y si no tiramos? ¿Y si además, el compañero de al lado empieza con escopetazo tras escopetazo...?

¿Y si lo anterior se repite en los dos o tres primeros puestos de la temporada?, cosa que no es nada anormal, ¿...qué nos pasa?

Cada uno debe saber lo que le ocurre. A mí, no me sienta nada bien, pero nada bien.


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