Este mes, al igual que en otros anteriores, cuelgo en el blog este entrañable y bello relato de mi primo Jerónimo Lluch.
Corrían los años ochenta, la tarde de febrero era soleada y apacible, acompañado de mi hijo Jerónimo, que por entonces contaba nueve o diez años, me dirigí a los Recitales Altos para colgar el pájaro e iniciarlo en esta modalidad en la que mi familia ya contaba con tres generaciones de aficionados.
El Nano, nombre del reclamo que en esta ocasión llevaba, era un macho de cuatro celos que mi padre había cambiado de pollo, a un pastor, por un canario, y aunque no era ningún fenómeno sí mostraba buenas maneras y encelado, como estaba, parecía toda una garantía para el puesto que ese día me proponía dar.
Ya en el colgadero situé el portátil junto a una gruesa retama, lo camuflé convenientemente y aprovechando otra que estaba a unos veinte pasos del puesto elaboré el matojo, quité algunas piedrecillas de la plaza, me introduje en el tollo para comprobar el ángulo de visión de la tronera, y tras acomodar a mi hijo dentro de éste salí para colocar y amarrar con los ganchos al Nano en el pulpitillo.
Destapé al reclamo y después de “sonarle los dedos” y dirigirle unas palabras de ánimo entré en el aguardo, me acomodé en el banquillo y esperé acontecimientos.
- Papá, me interrogó mi retoño. ¿Por qué le has hablado al pájaro, es que te entiende.
- No lo creo, pero mi voz que le es conocida lo calma, lo tranquiliza y lo pone en disposición para comenzar a cantar relajadamente.
- No lo creo, pero mi voz que le es conocida lo calma, lo tranquiliza y lo pone en disposición para comenzar a cantar relajadamente.
- ¿Y las piedras por qué las has quitado?
- Lo he hecho para evitar que un plomo rebotado en ellas hiera o mate al pájaro de la jaula.
El Nano que escuchó campo, antes de ponerlo en el farolillo, no había iniciado aún sus reclamadas; permanecía como asustado y semiencogido mirando con desconfianza a un lado y otro, sin decidirse a salir ni por alto ni por bajo.- Lo he hecho para evitar que un plomo rebotado en ellas hiera o mate al pájaro de la jaula.
Esa actitud comenzó a preocuparme, no sabiendo exactamente a que era debida, aunque la nueva insistencia del campo terminó por arrancarlo de cañón pero con reclamos entrecortados y poco ardorosos.
No tardé en descubrir el motivo:
- Niño a este pájaro no le gusta estar colgado entre retamas. El ruido que hacen, al moverse con la brisa, lo descompone volviéndolo temeroso.
- ¿Y eso por qué?, inquirió mi hijo.
- Es que hay pájaros con ciertas manías, al igual que las personas. Mi abuelo tenía un reclamo que era un figura y no cantaba nunca cuando se colgaba y oía el murmullo del agua en una chorrera. No lo cazó más junto a ellas para evitar que le diera la “mocholada” completa.
El insistente canto de las campesinas hizo que el Nano, con mayor miedo que vergüenza, prosiguiera sus cantadas, no sin una que otra callada, más producto del malestar que sentía que de la estratagema a emplear para que el campo se corriera.
En esas estábamos cuando le apunté a Jerónimo:
- Escucha, el pájaro se ha quebrado, señal de que presiente la proximidad del campo
- ¿Es que se ha partido, papá?, me preguntó el niño.
- No hijo, no; quebrarse, hablando de reclamos, quiere decir suavizar el cante, hacerlo más bajito y así puede que las camperas se crezcan y se corran antes al creer que está temeroso de ellas.
- ¿Es que vendrán corriendo?, me volvió mi hijo a interrogar.
- No exactamente, aunque pudieran hacerlo. Correrse en esta cacería quiere decir acercarse y entrarle al reclamo incluso, a veces, hasta de vuelo.
El chiquillo que era todo ojos y oídos no perdía detalle de lo que sucedía en la plaza.- ¡Papá, mira cómo el pájaro mueve las plumas blancas debajo del pico!.
- Esas se llaman las gorjeras y lo que hace el Nano es recibir porque está viendo las perdices acercándose a él.
Ciertamente no tardaría en aparecer una collera cuyo macho enmoñado presentaba cara al usurpador de su territorio.
- No hay prisa Jerónimo, el macho está encelado y tardará en abandonar la plaza, y hay que procurar que el Nano esté bien encarado con ellos, pues se estropean más reclamos por tiros mal pegados que por que se les vayan vivos sin dispararles.
Tras un tiempo prudencial “me fui” con la hembra y la abatí. Tras el disparo, el macho dio una carrerilla alejándose del matojo.
- No hijo está cargándolo, quedándose al humo, o haciendo el entierro, como se dice en otros lugares. Al ver a la perdiz a sus pies cree que se encuentra rendida ante sus zalamerías y le prodiga esos suaves piropos con los cuchichíos y piñones.
Pronto retornó el macho con ganas de ajustar cuentas con el intruso, no tardando en seguir los pasos de la hembra, por lo que mi hijo impaciente quería salirse del puesto para ver más de cerca y tocar las perdices abatidas. Necesité calmarlo y tras enseñarle los muertos a la jaula y taparla con la mantilla le permití acercarse, que las cogiese y las observara con toda la tranquilidad que deseaba.- Bueno luego le cuentas todo esto al abuelo, a ver que le parecen esas conclusiones que has sacado...
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