A Manuel Monescillo,
amigo en toda la dimensión de la palabra, compañero de profesión y aficionado, aunque tardío, de los de verdad.
Cansado por todo el ajetreo de la jornada, me
acuesto porque mañana hay que madrugar. Pongo el despertador que, como día tras
día, marca las seis de la mañana. La finca está lejos y me gusta llegar
temprano para poder admirar el maravilloso amanecer que nuestra madre Naturaleza
nos regala día tras día. Sé por demás que no será fácil conciliar el sueño, pues
las ansias de que la jornada venidera me depare buenos momentos cuquilleros pueden
más que el cansancio. Pasan los minutos y las horas y, aunque hay sueño, los
ojos como platos me trasladan a viejas historias que se enlazan con futuros y
cercanos lances. Mañana tiene que ser un gran día…. Vueltas y más vueltas……
Rrrrrrrrrrrrrrrrriiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnnnnnnn.
Joder, el despertador.
Pero aunque sé que no tengo más remedio que
dar el “salto”, algo me dice que debo que cerrar los ojos durante unos minutos y soñar con el gran
puesto que casi toco con la punta de los dedos….
Me levanto, me aseo, me dirijo al jaulero y
me pregunto: ¿cuál escojo para que me llene hoy de satisfacción?
Elijo y le digo: mira guapo, mi querido Fulanito, no puedes decepcionarme, te
voy a poner en el mejor puesto, el de sol, así que vete preparando, no me vayas
a fallar. Igualmente enfundo a Menganito
para la tarde y a Zutanito por si
falla algunos de los dos anteriores.
Tomo un poco de café y poco más, pues la
nerviosera que me embarga no me da para mucho más. Meto los reclamos y todos
los bártulos en el maletero del coche y pongo rumbo para el campo. Hace
bastante frío, pero no importa. Soy feliz, inmensamente feliz.
Al llegar a la finca donde cazo, me quedo
extasiado por el maravilloso amanecer que se presenta. Los tonos rojizos,
violáceos y naranjas se entremezclan para dar grandeza a la salida de nuestro
astro rey, pero no me puedo quedar embelesado observando esta explosión de
belleza, pues otro gran acontecimiento me espera; el puesto de sol.
Me echo todos los trastos a la espalda y
pongo rumbo al cazadero que soñé durante la noche y al que llego tras una
larga, pero reparadora caminata, pues el frío mañanero es apaciguado por el
calorcillo del esfuerzo.
Observo el sugerente entorno y le echo el ojo a una
hermosa mata de jara rodeada de jaguarzos, para poner a mi reclamo elegido para
el evento. Monto el portátil sobre el troncón de una encina, lo camuflo bien
con la vegetación del lugar, pero sin tocar nada de la plaza para no que las
patirrrojas lugareñas no extrañen nada y meto todos los trastos en el mismo.
Cojo a mi pájaro de jaula, lo afianzo en su
atalaya y le dedico unas palabras cariñosas que me salen del alma, pues
barrunto que el lance de hoy va a ser de los que hacen afición.
Tras quitarle la sayuela, me dirijo al
aguardo, mientras el del farolillo saluda a la hermosa mañana con un poderoso
canto de mayor, unos atractivos piñones y un suave curicheo, lo que me hace
soñar despierto con una gran jornada cuquillera.
Unas vez acomodado en el puesto, enciendo un
reparador cigarro y, calada tras calada, me embriago con la magia del canto de
mi reclamo que, frente a mí, irradia una indescriptible melodía. Desde la
lejanía, las patirrojas de la zona acompañan su sinfonía particular en una sinigual
partitura musical. Son las nueve de un soleado día. Hace fresquillo, pero no se
menea una “pluma”.
Pasa el tiempo y, aunque nada se mueve por
los alrededores, el simple hecho de admirar el encantador trabajo del que está
en el repostero y el hermoso paisaje que se deja entrever desde la tronera son
argumentos más que suficientes para que el reloj no corra, pues la belleza del
momento no quiero que se “difumine” con el transcurrir de los minutos. Poco
después, una hembrilla que canturreaba a lo lejos y a la que se le supone su
estado de soledad, se viene de vuelo y
se desgañita reclamando en su apeonar hasta la plaza, atraída por el meloso y
embaucador “discurso” de quien la observa desde el púlpito. Sin embargo, algo raro
debió de notar cuando avistó el tiradero, porque salió de estampida de la plaza y se dedicó a “charachear”
por las inmediaciones sin volver más a dar la cara.
Así, hechizado con la hermosura de aquellos
momentos y casi sin darme cuenta, las once y media hicieron su aparición en el
reloj, mientras mi inseparable compañero de lance seguía erre que erre con su
música “celestial”. Momentos más tarde, doy por terminado el puesto con la
maravillosa sensación de que dos horas y media de satisfacción personal no
están pagadas con nada, ni siquiera, con apretar el gatillo. Es obvio que hoy
no ha habido buena percha con el colgadero elegido. Casi siempre suele ser
nuestro sino y, además, lo sabemos. Seguro que otro día será. Siempre quedará
el encanto y la magia de haber estado inmerso en la grandeza de la Naturaleza, escuchar
la indescriptible sinfonía con la
que nos regala nuestro pájaro de jaula y ser feliz practicando tan ancestral y
señorial afición. ¿Se puede pedir más?
Gracias José Antonio por la dedicatoria. Cuánto de cierto hay en lo que relatas. Esto hay que vivirlo para comprenderlo, sentirlo y disfrutarlo.
ResponderEliminarEs una afición apasionante. Repleta de buenos momentos, de caza y de convivencia.
Cada lance es una oportunidad de poner a prueba el corazón. Y los momentos de espera, que también se disfrutan, dejan espacio para dejar la imaginación volar y disfrutar del silencio y la soledad. Es un buen masaje para el alma y una inyección de salud.
Gracias José Antonio por la realidad que dibujas con tus sabías palabras.
Mi ami8go y compañero Manolo.
ResponderEliminarCuando escribía este artículo, me acordaba de ti. Sé como piensas y como vives el reclamo.
Igualmente, lo recogido se lo dedico a tantos y tantos compañeros que son felices con solo ir al campo a dar el puesto, de ahí la grandeza esta afición.Entre ellos incluyo al amigo Raimundo que, aunque haya dejado la afición, también la vivía a tope, aun sin apretar el gatillo.
Saludos y buena cuelga a todos los compañeros.
Si esto que cuentas lo hubieras puesto la semana pasada, algunos pensarían que he plagiado este escrito…
ResponderEliminarEl sábado 3-2-18, me pasó a mí lo mismo, salvando las distancias, puse un pájaro en el repostero y me dio el puesto de la temporada, el campo no hizo aparición, por culpa entre otras cosas, del ruido ensordecedor de las gradas de los tractores labrando cerca del puesto. (es lo malo de dividir el coto en parcela, que la que te toca, te toca). Al llegar a la comida, dije, matar no habré matado, pero hoy no entro por la puerta, (una de garaje de 3 metros de ancho) Algunos se lo tomaron a guasa, otros asentaron con la cabeza.
Pero es que es así, uno de ellos me dijo que le gustaría ver ese "puestazo", del que tanto presumía, lo invité a venirse un día al puesto, aquí me pasé, pero es la adrenalina del momento, es la que me hizo tirar esa vacilada. Y ahora leo esto……. lo mismo que sentí tan solo con el puesto del pájaro. Lo curioso del tema es que gravé al pájaro y envié los mensajes vía Whatsapp, entre otros a mi mentor, que este año no caza, así que creo que estoy en el bando de los buenos.
En fin, el campo está como está, ayer mismo, vi varios revolcaderos, de los pájaros, así que este año, habrá que disfrutar del tanto y aun sin matar unos cuantos.
Un saludo.
Muy buenas Juan Luis Núñez.
ResponderEliminarEl puesto relatado en el artículo no se refiere a ninguno en particular. Solo he intentado compartir sensaciones e ideas que muchas veces las hablamos Manolo Monescillo y yo.
He intentado exponer que no hace falta apretar el gatillo para ser feliz en un puesto, pues, como sabemos de más, en un alto porcentaje suele ocurrir tal circunstancia.
Manolo es de los que tiene muy claro que es de los que sale al campo a disfrutar, independientemente de que se tire o no.Es decir, unos de los pilares que sostienen nuestra afición.
Saludos.