Siguiendo con las colaboraciones, Diego Gil me envía esta emotiva historia-vivencia sobre el cariño que su hijo Álvaro demuestra día a día sobre la caza en general y, en especial, por la del reclamo. Es obvio que nacer en una familia de cazadores condiciona, pero como él dice, los genes tiran mucho.
Esta historia se remonta a
febrero de dos mil trece. Mi hijo Álvaro tenía por aquellos entonces casi tres
añitos, pues su cumpleaños es en abril, y yo estaba con unas ganas locas de
podérmelo llevar al puesto, pero siempre me encontraba con la oposición, cosa
normal, de su madre que me decía que si estaba loco y que por nada del mundo
iba a permitirlo. Pero, una soleada tarde de dicho mes, mi mujer tenía que ir
con unas amigas a merendar y, debido a ello, me dijo:
- Diego, ¿te quedas con el
niño?
- Claro, por supuesto -le
respondí.
Pues bien, tras salir de
la casa para ir al café, salgo volando para la habitación de Álvaro, le busco
ropa adecuada para el campo y para el frío y lo visto. A continuación, nos
vamos al cuarto de los pájaros y como el niño vive la afición como si fuera yo,
y conoce a todos mis pájaros de jaula, muy emocionado me dice:
- Papá, nos llevaremos a mi
pájaro, ¿verdad?
- Sí, hijo sí. Nos
llevaremos al Vega -le respondí, a sabiendas que él quería salir con el mejor
de aquellos momentos, un pájaro puntero de una granja de Cuenca.
A continuación, metemos
todo los arreos en el coche y raudos y veloces nos dirigimos a la Sierra de
Borbollón, en nuestro pueblo Cuevas del Becerro, en la provincia de Málaga.
Al poco tiempo, tras larga
y esforzada caminata nos encontrábamos en todo lo alto y nos dirigimos a un
puesto de piedra que yo conocía, pero al llegar al mismo, desgraciadamente,
estaba “en ruinas”. Así que no nos quedó más remedio que ponernos a levantarlo
a marchas forzadas, pero con la maravillosa sorpresa de que mi hijo Álvaro no
paraba de hacerme preguntas, mientras me ayudaba en lo que podía con dicha
edad:
- Papá, ¿por qué lo hacemos
aquí?
- Papá, ¿dónde se pone al
pájaro?
- Papá, ¿por qué tapamos
esto?
Obviamente, aquellas
preguntas eran una satisfacción para mí como padre, porque como se dice,
preguntando se aprende. Pero lo grande del tema fue que no me daba tiempo
arrimarle matagallos -arbusto de sierra- para tapar los agujeros que había
entre las piedras del aguardo, pues era una verdadera máquina en dicho
quehacer. Y en ello andábamos, cuando una pareja de patirrojas empezó a dar
señales de vida por los alrededores del colgadero. Como no paraban de canturrear,
El Vega, con la sayuela echada, empezó a reganarles. Entonces, mi hijo,
atento a todo lo que ocurría, me preguntó:
-Papa, papá, esas perdices
que están cantando, ¿van a venir a pelear con mi pájaro?
-Pues, si tu reclamo lo
hace bien, cosa que no dudo, seguro que vendrán.
Pues sin entrar en muchos
detalles más, pusimos al Vega en el repostero de piedra y no metimos en
el puesto con la suerte de que a los pocos minutos, tras un fenomenal trabajo
de nuestro reclamo, le entró con gran valentía la pareja de montesinas y para
que Álvaro no perdiera detalle, lo aupé para que mirara por la tronera, momento
justo cuando los dos camperos se habían subido a las inmediaciones de la jaula
para pelearse con él, situación que aprovecha el Vega para imponer su
ley y darle picotazos a los dos, lo que hizo que de nuevo las camperas se
echasen al suelo.
Álvaro, con los ojos como
platos, no perdía detalle, lo que aprovecho, tras decirle que se tapara los
oídos para que no le hiciera daño la detonación, para de una perfecta
carambola, abatir a los dos componentes del par, que quedaron sin mover una
pluma.
Ni que decir tiene que
tanto mi hijo como yo estábamos locos por salir a recoger a ambos, pero había
que esperar un tiempo para que el reclamo hiciera un buen entierro. Momentos en
los que pensé la lección cuquillera que había recibido mi hijo y que con ella
quedaría empicado para toda la vida. Como así ha sido.
Como empezaba a hacer
frío, salimos del puesto. Álvaro loco de
alegría manoseaba y peinaba los pájaros mientras yo le hacía infinidad de fotos
para el recuerdo, pero había que marcharse, pues había que llegar a casa lo
antes posible, lo que hicimos en un periquete, pero con una alegría que ninguno
de los dos podíamos disimular.
Mas tarde, cuando llegamos
a casa, mi mujer con cara de no muy buena amiga nos esperaba, pero Álvaro
corrió hacia ella y tras darle un beso, le dijo:
- Mamá, no veas como he
disfrutado. El Vega ha ganado y se ha cargado una collera de perdices
- Entonces, ¿te has
divertido? -le dijo la madre, ya con otra cara.
Álvaro con una sonrisa que le llegaba de
oreja a oreja, le respondió, mientras yo me derretía de felicidad como un
terrón de azúcar:
- Claro mamá. A partir de
ahora voy a ir siempre con papá al puesto.
Desde entonces, han pasado
seis años, los mismos que mi hijo Álvaro lleva acompañándome a los puestos. En
este tiempo, ha ido aprendiendo los valores que debe tener todo cazador que se
estime con tal y el profundo respeto y cariño hacia nuestra madre Naturaleza.
Con ello se siente feliz y yo como padre no tengo palabras para describir lo
que siento.
Eso sí, nunca ha habido
descuido por los estudios, porque para él, el campo y la caza son una motivación extra. Si hay buen comportamiento y
buenas notas, como ocurre, siempre me acompañará, si no, ya él sabe. Y, afortunadamente,
hasta la fecha nunca voy solo, pues mi hijo siempre me acompaña.
Para finalizar, me
gustaría deciros a todos los que tenéis hijos de corta edad o nietos, que no
dejéis de inculcarles a los mismos el
amor y el respeto por la caza -en cualquiera de sus modalidades- y la Naturaleza,
pues ambas se lo merecen de sobra.
Diego Gil, Cuevas del Becerro.
Gracias J Antonio por permitir que colaboremos en tu blog, la verdad que leyendo el relato no puedo evitar de emocionarme como el primer dia.
ResponderEliminarOs animo a que entre todo no dejemos de darle vida a este estupendo blog.
Un saludo y viva la caza.
Ante todo, amigo Diego, agradecer tus visitas la blog y colaboración de hoy.
ResponderEliminarEn segundo lugar, como cazador, docente y padre, decir que quien piense que inculcarle la caza a los niños/jóvenes no es correcto, bajo mi punto de vista y opinión, está equivocado, pues el cazador, aparte de amar la Naturaleza recibe una serie de valores de conservación y cuidado del M. Ambiente que ya lo quisieran todo el mundo.
Por todo ello, quiero dejar constancia de que quien se sienta cazador de verdad de cualquier modalidad cinegética siempre lucha y luchará por el bien de la fauna y flora de nuestros bosques y ello es la base de que las generaciones venideras recibirán este magnífico legado.
Para finalizar dar la enhorabuena a Alvarito por seguir con la tradición familiar y hacer suyos los valores de la caza de la perdiz con reclamo.
Eso se llama hacer afición. Casi todos los que tenemos cierta edad hemos empezado así, metiéndonos con nuestro padre en esos puestos querenciosos de piedra. Por aquel entonces las pilas de la Play Station, se agotaban pronto y la conexión a Internet para que hablar, jajaja. Más complicado hoy en día aficionar a los chavales , muchos juegos y divertimentos que antes no teníamos. Me ha gustado mucho el relato de Diego Gil. Un saludo.
ResponderEliminarEnhorabuena a los tres, José Antonio por publicar esta Preciosa narración, a nuestro amigo Diego Gil por esa familia tan estupenda que tiene, y como no, a ALVARITO, este pedazo de ARTISTA, que por suerte conozco desde hace varios años, y al que tengo mucho cariño.
ResponderEliminarTengo que decir que he terminado de leer esta estupenda historia, con los ojos llenos de lágrimas, y es que no es para menos. A eso lo llamo yo unos padres con suerte, porque tener un hijo con todas esas cualidades, además de cariñoso, educado y esa nobleza que se le ve nada más tratarlo...
Ojalá nunca pierdas todas esas cualidades que te caracterizan amigo, te deseo lo mejor del mundo, y no dejes de mandar esas fotos de tus puestos artesanos, que nos dejan perplejos cada vez que vemos una obra de arte de esas.
Un aplauso para Ti SOCIO 💯
👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏
Tu amigo Diego Rama
Pues sí Diego, yo que también conozco a Álvaro y sé como es, lo felicito porque, además de ser un niño educado y encantador, es estudioso y con notas de lo mejor. Y eso para cualquier padre, con lo complicado que están los tiempos, debe ser un orgullo.
ResponderEliminarY si encima observa y hace suyas las enseñanza cinegética, mejor que mejor.