Con este artículo de opinión, sobre nuestra modalidad cinegética, de D. Vicente Murillo, un consumado pajaritero cacereño, que ya la edad le ha apartado de la practica de la caza de la perdiz con reclamo, empezamos la colaboraciones con este blog.
Este escrito es de
mil novecientos ochenta y siete y como creo que todo lo que rodea a nuestra afición nunca pasa
de moda -sino todo lo contrario-, aquí lo comparto, porque, bajo mi punto de
vista, merece la pena echarle un vistazo.
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En el sitio del
aguardo y en su silencio, en donde todavía es posible contemplar la libertad
sorprendida, la vida sin miedo de los habitantes del campo, el amor, el deseo,
el combate y la muerte.
El perdigonero ya
tiene bastante con contemplar en plena libertad a una de las
más bellas aves de la creación, integrándose en esa Naturaleza que le apasiona
y que como hombre jamás puede disfrutar, pues se le escapa de las manos, al huir toda clase de animales ante su
presencia.
El perdigonero se convierte en asombrado espectador de un hermoso ballet inspirado por música
maravillosa en el que todos los personajes son protagonistas y, que para su
dolor, ha de concluir como la vida misma, con la muerte.
¿Y qué es la caza, sino la muerte de la pieza
perseguida y acosada? Pero la muerte solo alcanza protagonismo negativo cuando
de la caza de la perdiz con reclamo se trata.
Y, desde luego, resulta más bello -si es que
existe belleza en la muerte- morir sorprendido en lance de amor que con el
terror en los ojos y pálpito en el corazón, por la proximidad del hombre o del
perro.
¡...Que no se nos discuta un lugar al sol, donde poder colgar cada año, junto al pájaro, los sueños que alimentaron toda una temporada...!
Vicente Murillo Bernáldez
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