“Cuando la afición puede más que la cabeza” es el título de unos de mis muchos relatos sobre nuestro mundillo cuquillero y publicado en mis dos últimos libros, donde se puede percibir, claramente, que el ser perdigonero es una actividad cinegética que atrapa y abduce de una forma inexplicable e incomprensible, a quien practica tan ancestral forma de cazar nuestra perdiz roja que, una vez probada su “pócima”, muy difícilmente se sale de ella.
Sobre
lo expuesto anteriormente, se pueden presentar sobre la mesa muchas “enmiendas”,
pero tengo muy clarito que el apego a la caza de la perdiz con reclamo es tan
indisoluble entre cuerpo y espíritu que, incluso, casi sin poder movernos, por
problemas varios, llegado el momento, hay un “algo” que nos empuja de tal modo,
que somos capaces de dejar atrás
inconvenientes y contrariedades
de todo tipo, para no faltar a las citas con el campo y con nuestros
reclamos de perdiz.
La
emblemática y seductora caza del perdigón, desde tiempos inmemoriales ha sido
para sus acérrimos practicantes, una aleación entre los pájaros de jaula y sus
respectivos dueños y, por tal motivo, de muy difícil, por no decir imposible,
separación de componentes. Tan es así que el cuquillero, sea cual sea, en el
noventa y tantos por ciento de los casos, no entendería su vida, su día a día, aun
con los muchos inconvenientes que se presentan, sin sus machos de perdiz.
Reclamos y perdigoneros son algo así como una fuente inagotable de vida. De hecho,
muchos aficionados, en ocasiones puntuales, cuando alguno de los inquilinos de
su jaulero atraviesa un episodio grave o funesto, lo han pasado muy mal, tan
mal, como si el afectado fuera uno de los miembros de la familia. Por el
contrario, me atrevería a decir que, llegado el momento de fatalidades personales
o del entorno más cercano, nuestros reclamos son los que nos “inoculan” ese
plus balsámico para tirar hacia adelante, aun sabiendo que nos acechan negros nubarrones.
En
esta línea, no me queda otra que decir que nuestra antiquísima modalidad cinegética
nos lleva puntualmente a situaciones difíciles de entender, a no ser que la vivamos
de cerca, porque formamos parte de ella o convivamos con quien la practica.
De
esta manera, aparte de lo plasmado con anterioridad, hay que dejar patente que
el verdadero cazador de reclamo, el de tradición, en su vida más o menos larga
con la jaula a cuesta, ha pasado por situaciones sorprendentes e insólitas, porque esa inmensa
fascinación que nos embarga hace que la prudencia o el miedo no existan para el
reclamista, pues siempre puede más la afición que la cabeza. Así,
inconvenientes de todo tipo: físicos, de ocupaciones profesionales, familiares…,
son dejados a un lado para, en múltiples ocasiones, en algunas de ellas bajo
límite, salir al campo a disfrutar con nuestros
reclamos y, lo que es peor, a veces, para aguantar “mocholadas” de las que
hacen época. En consecuencia, aun sabiendo que tenemos todos los elementos en
contra, es tal la ilusión que nos embarga que, en momentos determinados, nos
embarcamos en travesías increíbles y peligrosas para nuestra integridad física,
ya que lo que realmente cuenta es la inmensa alegría y la magia de vernos en un
determinado colgadero disfrutando de nuestro pájaro y del maravilloso paisaje
que nos rodea. Lo demás no importa. Por lo tanto, además de las limitaciones de
nuestro cuerpo que se puedan tener, el viento, frío, agua, escarchazos, labores
agrícolas y ganaderas, viandantes en bicicletas o motorizados… dan igual,
aunque luego se echen demonios por la boca. Lo que al final queda es el inmenso
placer de encontrarnos con lo que de verdad se ama: nuestro macho de perdiz
atalayado en su pedestal y nuestra madre Naturaleza.
Para finalizar, me gustaría decir que quien suscribe, con casi setenta y dos “celos” y con más de una gotera a sus espaldas, sigue tan ilusionado con salir al campo con el reclamo a las espaldas, como cuando hace ya muchos años, acompañaba a mis mayores, allá finales de los años cincuenta y comienzo de los sesenta a dar el puesto, siendo aun un niño de pantalones cortos. Incluso diría más, cosas muy muy graves me tienen que suceder a día de hoy, para dejar mis reclamos y colgar la escopeta. Puede mucho más la afición y la ilusión que todo lo demás. Nací perdigonero, lo sigo siendo y así moriré, pues los sentimientos que se tienen hacia esta forma de caza nos llegan hasta lo más hondo de nuestro ser.
Efectivamente, José Antonio. La afición al pájaro es puro atavismo.Prueba de ello es que ,en mi caso, muchas de mis primeras vivencias infantiles están llenas de imágenes y situaciones en las que se entremezclan a modo de batiburrillo :reclamos,jaulas,puestos... En fin,situaciones y momentos que desde niño se grabaron en nuestro espíritu de forma indeleble y que intentamos revivir hasta que el cuerpo aguante .Tú paisano Carlos Luna.
ResponderEliminar17 de Enero,viento fuerte ,agua a ratos ,un gran dia de vispera ,por San Anton,el perdigon.
ResponderEliminarAl despertar hoy,le dije a la Mercedes,prepara un Orfidal para esta noche,porque se que esta noche,la paso en blanco, pensando ,¿cual cuelgo?,donde,?etc erc,y os aseguro que no soy un neofito en la materia llevo decadas cazando el reclamo.Pero en fin ,como lei en un libro de un compañero,un comentario que le hacia su mujer al reclamista,:¡¡¡que tendra la
Perdiz que yo no tenga!!!.
Suerte para todos y en especial para ti Jose Antonio.
Un abrazo y ya hablamos.
Te animo a que mientras tus condiciones físicas te lo permitan, no dejes esa afición, entre otras cosas porque esa ilusion por que algun nuevo fichaje de tu Jaulero se convierta en un “Fenomeno” o con la que vas a dar “el puesto” la perderias y las ilusiones son estimulantes para nuestra mente y nos mantienen permanentemente en un optimo estado, a parte por supuesto del manteniniento de la forma Fisica.
ResponderEliminarAsí que espero que sigas con la Jaula a cuestas por muchos años!!
Tu Hermano Juanvi.
A los tres que habéis participado con vuestros comentarios, muchas gracias por intervenir y dar vuestra opinión sobre lo expuesto en el artículo. Como dice Carlos, las vivencias de nuestros primeros años nos predestinan a entrar y nunca salir de este mundillo, con pocos frutos, pro con una enorme carga emocional que nos empuja a seguir hasta que nuestro físico nos lo permita.
ResponderEliminarA Manolo decirle que nuestro escritor Miguel Delibes ya apuntaba en uno de su libros el célebre “qué tendrán los reclamos que no lo tiene sus mujeres”. Y es verdad, a veces, yo diría que ni el Orfidal hace dormir en importantes vísperas.
A mi hermano Juanvi reiterarle que mi gran afición a la caza del reclamo me acompañará hasta que mi físico diga no puedo más. Hay algo en esta modalidad de caza que difícilmente se puede explicar, pero que da un plus de energía de vida. De hecho, muchos pajariteros tiran “palante” por sus reclamos, pues sin ellos se les vendría el mundo encima.
Sobre el contenido del artículo, me reitero en decir que, muchas veces, andamos en el conocido filo de la navaja y que no pasa a mayores porque “alguien” nos echa una mano. Si no fuera así, lo hubiéramos pasado bastante mal en infinidad de ocasiones, pues el que más y el que menos piensa que n unca va a pasarle nada.
Saludos.