Si, desde siempre se ha dicho que al campo no
se puede salir sin un palo, un saco, una cuerda y una navaja, cuando vayamos a
dar el puesto, nunca debe faltar, por su importancia en momentos determinados,
un trozo de guita o cuerda. Puede ser, incluso, que no la precisemos, pero,
otras muchas veces, si se nos olvida, nos damos cuenta de su importancia. De
hecho, puedo decir que cuando la he necesitado y no la llevaba consigo, he
tenido que echar mano de los ganchos, de mi propia correa e, incluso, del
cordón de las botas.
Y cuando hablamos de cuerda o guita -como se
dice en el lenguaje rural cotidiano-, nos estamos refriendo a un trozo de
diferente material, dígase: cáñamo, pita, sisal, yute, esparto, rafia, nylon… y
con una longitud variable, según el pajaritero de turno. Aunque, también es
verdad que, en muchos casos, se lleva un rollito de cualquiera de los
materiales citados, para posibles eventualidades. En esta línea diré que, en mi
caso, siempre me acompaña una cuerdecilla o cordelillo de cáñamo de un metro y
medio y dos milímetros de espesor, aproximadamente, metida en la bolsa de
cartuchos que uso para el puesto. Y, por si algún día, me la dejo olvidada en
algún colgadero, circunstancia que, ocasionalmente, me suele ocurrir, en el
coche tengo un pequeño palito con hilo fuerte de cáñamo enrollado en forma de
madeja ovalada.
Eso sí, aunque todos somos conscientes de que
la cuerda hace falta, veamos ahora para qué solemos utilizarla, indicando que,
desde que cayó en desuso el puesto de monte, solo se emplea para todo lo
relacionado con el montaje del pulpitillo y la sujeción de la jaula, porque,
excepto en casos muy puntuales, poco amarrijos necesita el portátil. Por
supuesto, en los lugares donde los tantos son de piedra, se puede fijar la
jaula con la cuerda, cada uno a su forma y, si hay aves rapaces en la zona,
muchos compañeros suelen ponerle vegetación encima del techo, tipo sombrero,
amarrada con la misma.
Pues una vez hecha una introducción al tema del
artículo, cuando ya me encuentro en el colgadero, para el repostero, suelo
buscar una mata frondosa de jaras o jaguarzos, muy comunes por la zona donde
cazo. Si esta tiene suficiente consistencia y frondosidad, no utilizo pincho,
sino que, con cordón de cáñamo, la
amarro circularmente, a unos sesenta centímetros de altura y, sobre ella, tras
cortar el ramaje del centro, hago una base con lo podado y con otras matas de los
alrededores. Luego, sitúo al reclamo y lo afianzo con la cuerda que siempre
llevo en la bolsa de cartuchos. Por último, le coloco sobre la parte delantera
unas ramillas hasta el aro central de la jaula, aproximadamente.
Si utilizo el pincho, como suelo hacer
normalmente, este, con base/asiento circular para asentar la jaula, lleva incorporado dos elásticos con unos
ganchos para asegurar la misma, con lo que la cuerda la utilizo para hacer más
cilíndrica y vistosa la mata que me va a servir para colocar al reclamo.
Otras veces, aunque no soy partidario de ello,
cuando no hay mucha vegetación en el lugar escogido como plaza o tiradero, la
cuerda me ha servido para fijar la jaula al tronco de cualquier árbol como
pueden ser los acebuches, olivos, encinas/chaparras, almendros, pinos… Con ello,
consigo camuflarla un poco con el grosor del troncón y no clavar el pincho en
medio del limpio, lo que suele originar recelo en las patirrojas, a la hora de
acercarse al reclamo. De todas formas, suelo desechar, a la hora de dar el
puesto, las zonas con mínima vegetación, siempre que haya otra posibilidad.
Igualmente, cuando en el lugar escogido para
la plaza tiene como punto idóneo para atalayar el reclamo algún arbusto tipo
lentisco, chaparreta, coscoja, acebuche, tamuja…, suelo llevar a cabo el asentamiento
y fijación de la jaula de dos formas. La primera consiste en amarrarla por el
gancho con la cuerda a alguna rama adecuada y después camuflarla con ramitas
del arbusto. También, para la segunda, que es la que normalmente suelo llevar a
cabo, acostumbro a cortar lo suficiente del arbusto para introducir la jaula y
camuflarla. Más tarde, con la cuerda, la rodeo conjuntamente con el ramaje que
no he tocado. Por último, los trozos cortados los adoso en la parte delantera
de la jaula para que esta se aprecie lo menos posible.
Para finalizar, decir que, más de una vez, he
tenido que volver al lugar del puesto anterior en busca de la cuerda, pues las
cabezas, muchas veces, no andan bien. Circunstancia que supongo que le habrá
ocurrido a más de uno y a más de dos. Por ello, nunca viene mal, el llevar dos
cuerdas o, bien, una y un rollito de hilo fuerte de cualquier material, para
contingencias como esta.
---oo O oo---
PD. Recordar con cariño a los que ya tenemos una edad e informar a los más jóvenes que, dentro del tema de la cuerda, no sería de recibo por mi parte, no hacerle un hueco a la emblemática tomiza -cordel o trenza con dos cabos- y al hiscal -“jiscal”- con tres, que se tejían de forma manual antiguamente, cuando había carencia de casi todo, con cáñamo, hojas de palma, pita, enea… y que daba mucho avío a la hora de levantar/remendar los tantos y los aguardos, como en otras muchas tareas agrícolas y ganaderas y, por supuesto, en la fabricación de útiles para diferentes tareas (serones, cestas y espuertas, capazos, persianas, alfombras...), y revestimiento de recipientes.
Igualmente, no
puedo olvidar el avío que, desde siempre, han dado las cuerdas de rafia negra
de la alpacas y la de pita -imagen del principio-, dos cuerdas más que abundantes en cualquier
vivienda de las fincas, pues ellas han sido desde siempre un gran apaño
transitorio para un sinfín de amarrijos de todo tipo.
Y, como siempre, “Doctores tiene la Iglesia”. Yo…, por mi parte, ya he dado mi "homilía".
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