El conocido, tradicional y fascinante pichó,
pichó, pichooooo… de la perdices hacia la plaza, qué poquito se escucha ya hoy
día. No digo, Dios me libre, que no podamos sentir dicha emocionante sensación en
nuestras carnes, pero qué poquitas veces.
¿El porqué…? Varias circunstancias rodean a tal
situación, como para dar una respuesta que sea precisa y convincente a dicha pregunta.
Pienso, pues no lo sé a ciencia cierta, sino
por conjeturas, que el motivo puede estar en que nuestra perdiz roja salvaje,
ya no lo es tanto. Debido a ello, actitudes como la valentía y la territorialidad
se le están borrando de sus genes, para sustituirlas en sus códigos genéticos,
por la inseguridad y el cualquier sitio vale. De esta manera, ni hay arrojo
para disputar un asentamiento “okupa” en un determinado paraje de una finca, ni
se le da importancia al mismo, porque casi todos los son.
Echando la vista atrás, el “encogimiento o/y
sobresalto del corazón” y la posterior alegría, que se producía, al escuchar el
pichoteo de la perdices, al venirse de vuelo hacia el reclamo, cuando yo era
niño y acompañaba a mis mayores al dar el puesto, hoy día casi es una utopía. Y
cada día que pasa se escucha menos, primero, porque a medida que transcurren
los años hay más escasez de perdiz de monte y segundo porque, las querencias
sobre un determinado paraje, por degeneración/hibridación de la especie, se va
perdiendo. Así, por símil taurino, si los toros bravos, cada año, lo son menos
y, debido a tal circunstancia, cada año es más difícil lidiar con ellos,
nuestras patirrojas autóctonas, cada temporada, valga la redundancia, son menos
autóctonas y más vulgares.
Huelga decir que el picho, picho, pichooo… y,
posterior, pooorrrroooonnn… en la plaza, en unos segundos, para mí es solo un
recuerdo, una bendita añoranza. Y es así, porque hace ya muchos años, algunos
más de sesenta, en el primer puesto del que tengo grabado en mi memoria, yendo
de morralero con el abuelo Vicente y estando atalayado Facultades en el
matojo, sentí esa fascinante emoción al escuchar una pareja de vuelo desde
bastante lejos, que “aterrizó”, justamente, delante de la jaula dando un puesto
de tarde en el aguardo de La Era, en el olivar de la finca familiar de La
Atalaya.
Hoy día, con las perdices que pueblan nuestros
campos, el intruso gana, pues, en muchos casos, ni saben de qué va aquello. No
es como antes que, cualquier canto, al ser desconocido, era motivo del clásico:
“vamos por él”. Y, además, como bien sabemos, los ejemplares de repoblación
-que es lo que abunda hoy-, hasta que no pasa un buen tiempo, no entienden, ni
de dominio, ni de cantos, ya que la vida en libertad es la que enseña el qué
hacer y cómo hacerlo. En consecuencia, en los primeros momentos en libertad, como
no conocen el terreno, solo deambulan e inspeccionan de aquí para allá y de
allí para otro sitio y, por otra parte, escuchan a tantos congéneres, que no les
importa mucho el canto de un determinado pájaro. Por lo que, difícilmente,
utilizan el vuelo para pelear con el reclamo, más bien, curiosean ante las
llamadas de este y se acercan a él apeonando a ver qué ocrre por allí, pero nunca
con ánimo de disputa e intentar la expulsión del intruso.
Aclarar para finalizar que todo lo expuesto en
esta entrada está referido a zonas donde he cazado o suelo cazar con asiduidad en kla actualidad y que, por
lo tanto, conozco de qué va el tema. En otras, la verdad es que no lo sé, pero
no creo que haya mucha diferencia. Además, como no salgo de alba, que es donde
se pueden venir más fácilmente de vuelo y pichoteando, poco más puedo decir.
Y, como siempre, “Doctores tiene la
Iglesia”. Yo…, por mi parte, ya he dado mi “homilía”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.