viernes, 13 de diciembre de 2024

¡QUÉ POQUITAS PATIRROJAS SE VIENEN HOY DE VUELO AL RECLAMO!

 

El conocido, tradicional y fascinante pichó, pichó, pichooooo… de la perdices hacia la plaza, qué poquito se escucha ya hoy día. No digo, Dios me libre, que no podamos sentir dicha emocionante sensación en nuestras carnes, pero qué poquitas veces.

¿El porqué…? Varias circunstancias rodean a tal situación, como para dar una respuesta que sea precisa y convincente a dicha pregunta.

Pienso, pues no lo sé a ciencia cierta, sino por conjeturas, que el motivo puede estar en que nuestra perdiz roja salvaje, ya no lo es tanto. Debido a ello, actitudes como la valentía y la territorialidad se le están borrando de sus genes, para sustituirlas en sus códigos genéticos, por la inseguridad y el cualquier sitio vale. De esta manera, ni hay arrojo para disputar un asentamiento “okupa” en un determinado paraje de una finca, ni se le da importancia al mismo, porque casi todos los son.

Echando la vista atrás, el “encogimiento o/y sobresalto del corazón” y la posterior alegría, que se producía, al escuchar el pichoteo de la perdices, al venirse de vuelo hacia el reclamo, cuando yo era niño y acompañaba a mis mayores al dar el puesto, hoy día casi es una utopía. Y cada día que pasa se escucha menos, primero, porque a medida que transcurren los años hay más escasez de perdiz de monte y segundo porque, las querencias sobre un determinado paraje, por degeneración/hibridación de la especie, se va perdiendo. Así, por símil taurino, si los toros bravos, cada año, lo son menos y, debido a tal circunstancia, cada año es más difícil lidiar con ellos, nuestras patirrojas autóctonas, cada temporada, valga la redundancia, son menos autóctonas y más vulgares.

Huelga decir que el picho, picho, pichooo… y, posterior, pooorrrroooonnn… en la plaza, en unos segundos, para mí es solo un recuerdo, una bendita añoranza. Y es así, porque hace ya muchos años, algunos más de sesenta, en el primer puesto del que tengo grabado en mi memoria, yendo de morralero con el abuelo Vicente y estando atalayado Facultades en el matojo, sentí esa fascinante emoción al escuchar una pareja de vuelo desde bastante lejos, que “aterrizó”, justamente, delante de la jaula dando un puesto de tarde en el aguardo de La Era, en el olivar de la finca familiar de La Atalaya.

Hoy día, con las perdices que pueblan nuestros campos, el intruso gana, pues, en muchos casos, ni saben de qué va aquello. No es como antes que, cualquier canto, al ser desconocido, era motivo del clásico: “vamos por él”. Y, además, como bien sabemos, los ejemplares de repoblación -que es lo que abunda hoy-, hasta que no pasa un buen tiempo, no entienden, ni de dominio, ni de cantos, ya que la vida en libertad es la que enseña el qué hacer y cómo hacerlo. En consecuencia, en los primeros momentos en libertad, como no conocen el terreno, solo deambulan e inspeccionan de aquí para allá y de allí para otro sitio y, por otra parte, escuchan a tantos congéneres, que no les importa mucho el canto de un determinado pájaro. Por lo que, difícilmente, utilizan el vuelo para pelear con el reclamo, más bien, curiosean ante las llamadas de este y se acercan a él apeonando a ver qué ocrre por allí, pero nunca con ánimo de disputa e intentar la expulsión del intruso.

Aclarar para finalizar que todo lo expuesto en esta entrada está referido a zonas donde he cazado o suelo cazar con asiduidad en kla actualidad y que, por lo tanto, conozco de qué va el tema. En otras, la verdad es que no lo sé, pero no creo que haya mucha diferencia. Además, como no salgo de alba, que es donde se pueden venir más fácilmente de vuelo y pichoteando, poco más puedo decir.

Y, como siempre, “Doctores tiene la Iglesia”. Yo…, por mi parte, ya he dado mi “homilía”.

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