El amigo Diego Rama me envía este curioso e interesante relato sobre nuestra afición cuquillera para su publicación en el apartado de colaboraciones de este blog. Por lo tanto, lo pongo en el día de hoy para quien quiera echar un buen rato leyendo y disfrutando del mismo.
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Camarón, un reclamo puntero de no
muchos años, ocupaba un lugar privilegiado en aquel jaulero que, aunque siempre
resplandeciente, por los cuidados de su dueño, no podía ocultar que los años no
pasan en balde y, aunque, a primera vista, parecía recién sacado de la
carpintería, la realidad era que por él habían pasado muchos aspirantes a
pájaros de jaula. De hecho, aunque muy bien disimulado, aquella entrañable repisa
de madera de pino presentaba pequeñas “heridas” que el tiempo se había
encargado de causarle.
Allí, casi durante todo el
año, Camarón y otros machos de perdiz disfrutaban de su día a día, pues,
aunque les faltaba la libertad, su dueño no escatimaba lo más mínimo para que
la estancia en el mismo fuera lo más dulce del mundo. Así, trigo del mejor,
bellotas, habas remojadas, castañas, cerrajas, rábanos, berros… nunca faltaron a aquellos inquilinos del jaulero.
Pues bien, allá por el mes
octubre de hace ya muchos años, aquel veterano cuquillero compró otro reclamo
al que bautizó con el nombre Rayito y, desde que se convirtió en vecino de Camarón,
se cayeron tan bien, que comenzaron una franca y verdadera amistad, no faltando un día
en que ambos machos de jaula le dedicaran horas y horas a dialogar sobre sus
vidas.
De esta manera, Camarón,
un buen día, le pregunta a su amigo cómo había sido su existencia hasta llegar
hasta allí.
Rayito, tras unos segundos de
silencio, porque la pegunta lo cogió fuera de juego, respiró profundamente y le
contesto:
- Mira Camarón. Siendo
yo muy pequeño, pues tan solo tendría unos días, cuando canta la chicharra y la
calor del mes de junio se hacía notar, llegaron dos hombres, nos descubrieron y, aunque mamá perdiz intentó echarnos un capote con infinidad de
carreras arrastrando las alas y pequeños vuelos para engañarlos, al final
aquellos desalmados consiguieron, aunque yo estaba inmóvil al lado de una
piedra, atraparnos a varios de mis hermanos y a mí. Luego, muy contentos por
haber dado con nosotros, nos repartieron y uno de mis hermanos y yo, a las
pocas horas estábamos en la casa de aquel hombre, metidos en un cajón y con una bombilla que nos proporcionaba la
calor que antes nos aportaba el plumaje de nuestra querida mamá, de la que,
desgraciadamente, hasta la fecha, nunca más he sabido, al igual que de mis
otros hermanos.
- Una vez en el domicilio de aquel aficionado y buen hombre -continuó Rayito-, nunca nos faltó de nada, pues él, siempre nos proporcionaba
todo lo que nos gustaba hasta que nos hicimos mayores. Luego, tras regalar a mi
hermano a un amigo, porque no acababa de convencerle, me recortó las plumas
largas y me metió en una recién pintada y cómoda jaula, donde pasé unos meses con
todo el mimo y cuido que los cazadores de perdiz ponen a disposición de sus
reclamos.
- Ahora bien -prosiguió Rayito-, cuando
llegó el otoño y cayeron las primeras aguas, cada dos por tres, me sacaba al
campo para que peleara con mis hermanos camperos, pues mi dueño quería que
fuera valiente y venciera en todas las disputas, cosa que al parecer llevaba a
cabo, debido a que todos los que se me acercaban no me duraban ni un asalto,
aunque yo quería disfrutar de una buena pelea.
Mas tarde, tras un
prolongado silencio, Rayito le refirió a Camarón:
- Bueno Camarón, ya sabes algo de mí, por
tanto, ahora te toca a ti contar un poco de tu vida.
Camarón, tras un rato en silencio, con un halo de nostalgia en su cara, le respondió:
- Mira amigo. Mi infancia fue un calco de la tuya, pues también me cogieron dos hombres y uno de ellos me llevó a su casa y, al igual que tú, siempre me cuidó de forma fenomenal. Es más, cuando fui adulto, también me sacaba al campo a pelear con mis hermanos salvajes, pero yo, al contario de ti, sí disfruté, pues aquellos camperos eran valientes y, aunque me costaba vencerlos, al final lo conseguía. Por ello, mi dueño se ponía muy contento cuando me recogía de donde me había colocado con anterioridad y me dedicaba unas cariñosas palabras, que nunca olvidaré. Luego, al llegar a casa, se reunía con los amigos cazadores y le contaba mis hazañas, lleno de alegría y satisfacción, pues decía que disfrutaba mucho conmigo en el campo.
Al instante, Rayito que seguía muy atento a todo lo que decía su compañero de jaulero, le contesta:
- ¡Anda, pues igual que mi dueño! Él también se reunía con sus amigos, pero no les contaba la verdad, pues era muy exagerado y contaba cosas que no habían sucedido y, a mí, eso no me gustaba.
Y en ellas andaba Rayito, cuando Camarón, perplejo y pensativo le pregunta:
- Amigo, ¿y tú cuantos celos tienes?
- Yo cuatro. ¿Y esa pregunta a qué es debido?
- Pues, porque yo también tengo cuatro y, con
estas coincidencias, me da que pensar que, a lo mejor, somos aquellos perdigoncillos
que un buen día de junio cogieron los dos hombres hace cuatro años.
Diego Rama Ruiz
Bonita fábula (que respeto pero no comparto) y aún siendo un relato ficticio, la conclusión o moraleja ideal sería decir que la especie humana siempre ignorando el medio en su propio interés perjudica a la siguiente generación y a la vista está y así nos va...
ResponderEliminarNo hay más que leer titulares de algunos periódicos de actualidad.
Pd. Es una verdadera lástima las masacres voluntarias que se han hecho y se hacen con estos animalitos.
B días.
ResponderEliminarMuchas gracias a los dos por participar un con el relato y el otro con el comentario.
Obviamente trata un tema que a día de hoy, sería algo que no se podría hacer porque la Ley impide coger pájaros para jaulas en el campo, pero entiendo que lo ficticio del tema -el dialogo entre reclamos, aunque algo se deben decir- y el tiempo hacen que el sentido no sea el mismo. Nuestra España, hasta que llegó la granja, fue el fiel reflejo del relato, por ello hay que entenderlo como una parte más de la historia pajaritera. Pero es más, aunque se cogían pájaros en el campo, eso es irrefutable, ¿no es cierto que había tantos que no era significativo el enjaularlos? Entonces la moraleja surge casi sin quererlo: muchas cosas hemos hecho mal cuando, hoy, sin coger perdices para jaula, el campo está casi vacío de patirrojas. Es más, si no fuera por las repoblaciones, ¿cuántos diálogos de reclamos habría?
Saludos con una otoñada que empieza a ser fenomenal y ello es importantísimo para nuestra flora y fauna mediterránea. Seguro que nuestra Alectoris rufa salvaje y sus hermanos de repoblación están de enhorabuena.
Dicha masacre no se hizo de la noche a la mañana.
ResponderEliminarHay un antes y un después, antes del año 1970 la presión era menor que a partir del año 1971 donde está modalidad junto con los ojeos vinieron a masificarse y medio siglo después aquí aparecen las consecuencias...
No olvides, y eres agricultor, que aparte de las masacres de ojeos y otras modalidades de caza, insecticidas, herbicidas y fitosanitarios en general diezmaron muchas poblaciones de patirrojas. De hecho, todavía recuerdo las avionetas fumigando olivares. A los cuatro o cinco días, ni saltamontes quedaban y la perdices que se los comían, menos.
ResponderEliminarEn una palabra, el declive de nuestra perdiz roja es tan complejo que, del mea culpa, nadie está exento.
Saludos.
La agricultura es esencial, e inevitable.
ResponderEliminarIncluso en zonas no agrícolas la perdiz ha disminuido hasta tal punto de extinguirse.
Pd.Hay acciones que están en nuestras manos y totalmente legalizadas en cambio hay acciones que por el momento son imposibles de realizar como ejemplo citaré:
La normativa Europea sobre la caza de aves, el control de los predadores o la producción de alimentos para una superpoblación mundial.
Pd. Por lo tanto hagamos todo lo posible que esté en nuestras manos
para preservar la especie.