Como consideración general, no hace falta decir que
el hombre es el depredador número uno, pues a nadie se le escapa que durante
una temporada son muchos miles y millones de ejemplares los que “pasan a mejor vida” a
manos de cazadores de diferentes modalidades cinegéticas. Así, desde las piezas
pequeñas como la codorniz y el zorzal hasta los grandes trofeos como los marranos
o los venados, en nuestros campos, los cazadores, de forma legal y algunos
ilegal, quitamos de en medio a muchos representantes de nuestra fauna
mediterránea. Y, como no, entre ellos, a nuestra perdiz roja salvaje, base de
este artículo. Aun así, el ser humano no es el causante máximo de la terrible agonía de la reina
del bosque.
Además, quiero aclarar que lo que voy compartir,
mi opinión sobre este tema, se circunscribe a la zona del Andévalo onubense,
comarca en donde me muevo como cazador y la que conozco perfectamente por los
muchos años cazando en ella, aunque supongo que otros muchos rincones de
nuestra España, se encontrarán con la misma problemática.
Para empezar debo puntualizar que el contenido de
este artículo está basado en lo que he ido observando y viviendo in situ en los
últimos cuarenta años, espacio de tiempo en el que de forma asidua y sistemática
he practicado la caza, aunque también lo hiciera de modo puntual bastante años
antes.
En este periodo, he cazado en bastantes fincas
desde la sierra a la costa, en la parte occidental de la provincia onubense, es
decir, la comarca conocida con el Andévalo -espacio de transición entre
el litoral y la sierra-, verdadero vergel cinegético hasta hace unos
años. Lo que significa que a día de hoy, lo que antes era salir a echar el día
de caza y nada más comenzar, tener la mochila llena, si no es por ejemplares “sembrados”,
casi se vuelve de vacío porque en los campos no hay prácticamente nada, si nos
referimos a caza menor. De esta manera, conejo, liebre y perdiz han ido, poco a
poco, desapareciendo de donde, no hace mucho, estaban “arrollaos” por utilizar
un vocablo de la zona. Primero, desapareció el conejo, por lo que la predación
apuntó a la liebre y a la perdiz. Luego,
la mixomatosis llegó a la liebre y mermó mucho sus poblaciones. Por lo tanto,
sin conejo y sin liebre, los ojos de los predadores enfocaron a nuestra perdiz autóctona,
llegando a un punto tal que casi han desaparecido del mapa, cuando, no hace
mucho, simplemente al circular con los coches por las carreteras andevaleñas, se
veían sus parejas aquí sí y allí también. Además, lo poco que queda ya no es lo
que era: cría poco o no cría y sus comportamientos en el campo en nada se
parecen al de hace unos años.
Con estas componendas, no me equivoco al afirmar que
su caza con el reclamo, cada año que va pasando, va a peor, pues si su
comportamiento no es ni parecido, su número poblacional es de pena, pues en
donde no hace mucho se daba el puesto en cualquier sitio y se disfrutaba, hoy
día salir a cazar el reclamo es sinónimo de sofocón y de desanimo. De hecho,
comprobando mis notas, en el año dos
mil, primero que gestiono la Finca La Dehesa de Enmedio de Puebla de
Guzmán, conseguí abatir veintidós perdices, y los otros cuatro compañeros que por
aquel entonces eran socios de la misma, más o menos igual que yo. Es más, aquella
temporada no estaba la cosa muy boyante, como todos los acotados que se
arriendan de nuevo.
Hoy día, por el contrario, la misma finca, con
trescientas noventa hectáreas ya no da ni pa uno, pues ya no hay sociedad y solo yo cazo en ella. Es más, si ya de por sí, la perdiz no se tira al vuelo en los pocos
ratos de caza que echamos en la finca, con el reclamo en la recién terminada temporada, he tirado una pareja y una hembra, aunque, a decir verdad, prácticamente no he
colgado porque lo poco que había debía dejarlo.
Como se ve, de ciento y pico de autóctonas -incluso
un año doscientas- con el reclamo, se ha pasado a muy poco, quitando la excepcionalidad
de este año, pues los anteriores andaba por cifras de entre quince y veinticinco,
números irrisorios si se comparan con los de diez años atrás. Por supuesto,
decir que en los años buenos citados, para quien piense que se arrasó, nunca más
lejos de la realidad, pues quedaban parejas más que de sobra y, en los últimos diez
días, no se tiraban las hembras.
Pues aclarando que sin abusar de las fincas y
cuidándolas al máximo, la perdiz ha entrado en barrena, la pregunta que surge
es: ¿cuál es la causa?
La respuesta no es fácil y son muchos los factores que han influido en la disminución de las poblaciones de perdiz
roja autóctona, pero hay uno que lo tengo meridianamente claro: dos depredadores:
el jabalí y la cigüeña.
Y me baso en que, hace veinticinco años, cuando me
hago cargo de la finca antes mencionada, por la misma se veía un jabalí y una cigüeña,
de tiempo en tiempo. Hoy día, por el contrario, los marranos los hay a “embozá”
y las cigüeñas, “pa que decí”. Es decir, ambas especies -aunque hay otras más
que causan daños- acaban con todo lo que hay. Por un lado, los guarros adultos
y sus crías, noche tras noche baten todo el terreno y no dejan títeres con cabeza y, máxime con su olfato. Por
otro lado, las que antes se decía que traían los niños, con su prodigiosa vista
y con su grandioso pico, en la época de puesta y eclosión de los pollos de
perdiz, rastrean palmo a palmo todos los rincones y acaban con todo lo que se
menea para alimentar a sus necesitados cigoñinos. En resumen, jabalíes y cigüeñas,
al menos en las fincas andevaleñas, bajo mi opinión, basada en la observación
del día a día, son los causantes reales de las terrible disminución de la
perdiz roja salvaje. Por supuesto, el zorro, el melón, el tejón, la urraca…
están ahí, pero siempre los ha habido y había perdices por doquier.
Para finalizar, solo tengo que decir que lo expuesto, en estas líneas, aunque en otros lugares no tengan dicho problema -aunque sí tendrán otros-, no es una exclusiva de quin la expone, ni mucho menos. Lo plasmado es conocido por todos y muchas veces hablado y escrito -incluso tocado en este blog-, pero hoy he querido recalcarlo porque este problema es real y, además, está ahí y sin solución a corto plazo. Por tanto, no echemos peste de la repoblación porque, desgraciada o afortunadamente, según se vea, es lo que hay. Y lo que hay es que no hay perdiz roja, valga la redundancia.
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P.D. Para no meterlo en el artículo y cambiar un poco el planing de lo que quería decir, apuntar que el hombre con sus actuaciones de todo tipo sobre el medio ambiente, agricultura, ganadería... más el cacareado cambio climático son pódium en la decadencia de nuestra perdiz, pues al igual que en el Andévalo onubense, en muchos rincones de nuestra geografía hay poco jabalíes y cigüeñas, y, sin embargo hay pocas o no hay perdiz.
Si Señor un análisis más que acertado de lo que fue y de lo que es la realidad cinegética.
ResponderEliminarGracias por entrar en el blog.
ResponderEliminarY esperemos, unque tarde, que algún día ayudemos a la que siempre ha sido el número uno de la caza menor.
Saludos