jueves, 18 de marzo de 2021

ACORRALADO

               De nuevo, en el apartado de colaboraciones, hoy traigo este artículo/opinión/reflexión que hace Miguel Bulnes, sobre la perdiz de repoblación en lo relativo a la sueltas. Él lo tiene claro, aunque haya quien no comparta su punto de vista.

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“Ya sé que estoy casi solo, que mi discurso suena a sermón pregonado en el desierto, que pese a mi insistencia en todos los lugares a los que tengo acceso, machaco en hierro frío. Con todo sigo denostando a la perdiz de suelta porque mi experiencia me dice que es la culpable esencial de que la salvaje vaya desapareciendo. Yo no la llamo gallina, para mí es una especie de ganado doméstico y como tal se rige por las pautas que los humanos imponen para su explotación y su posterior beneficio. Y claro, la primera consecuencia inmediata de este tinglado de crianza en cautividad es la falta de querencia en el campo, característica esencial para conformar la genética de la perdiz elaborada a lo largo de los siglos. Así cuando son liberadas y sin condiciones para reconocer nada, se produce un desbarajuste en dónde desaparecen las costumbres que la prístina Alectoris rufa fue ahormando para su supervivencia. Para las recién llegadas no existen dormidas ni espacios para mañanas o tardes con lo que aumentan las posibilidades de ser apresadas y sus campamentos los dictan los sustos producidos y sus inmediatos espantos, de tal forma que se les ha llegado a ver a decenas de kilómetros de dónde fueron soltadas. Van ensuciando el campo, a ritmo y distancia de lo que los sobresaltos impongan, con sus infecciones, tapadas al principio por los medicamentos suministrados metódicamente en la granja, e inoculándolas cuando el efecto se acaba a todo organismo sano. Apenas quedan de las que se sueltan porque muchas se pierden en las lejanías y las que logran salvar la infinidad de obstáculos a los que la Naturaleza les somete, se les acaba la protección que les brindaba las pócimas y desfallecen para algarabía de las alimañas. En ese deambular infectan a las poblaciones salvajes diezmándolas seriamente y si alguna logra no contagiarse lo hará con la próxima suelta o con la siguiente o con una más porque si se quiere “cazar” (pongo cazar entre comillas porque la acción de cazar comprende al conjunto de animales no domesticados antes y después de cazarlos, criar en cautividad es el requisito final para domesticar),  la suelta deberá hacerse todos los años, hasta conseguir el vil exterminio de las oriundas que mis ojos han visto más veces de las debidas. Si observan los cotos industriales, se darán cuenta de que todos los años necesitan soltar miles de perdices, cosa que no sería necesaria si criaran. Si van por alguno recién terminada la temporada de caza apreciaran multitud de perdices que si tuvieran a bien hacer sus nidos y sacar sus polladas volverían a tener miles de ejemplares y no se haría necesario invertir en una nueva hornada de perdices de granja. Al contrario, si el paseo lo hacen en verano antes de que empiecen las nuevas liberaciones podrán comprobar que la multitud ya es escasa casi nula. ¿Dónde quedaron los cientos de perdices que lograron sobrevivir a la temporada? Ustedes mismos. Pero es más, es que será raro el ejemplar que contemplen en las fincas colindantes y más de colindantes a estos llamados cotos industriales. De nuevo ustedes mismos. Habrá quién me diga que haciéndolo con tiento el resultado será distinto, pero con mucho tiento y más lo he hecho yo y puedo garantizarles que mis ojos se humedecen todavía al recordar la barbaridad a la que mi avaricia me llevó a someterlas.

Pregúntense por qué las granjas las proveen de todo tipo de medicamentos. Si se lo preguntan, llegaran a la misma respuesta que yo o que cualquiera que se la haga: lo hacen contra las enfermedades. Que en esos niveles de alta concentración de ejemplares son muchas y con riesgo elevado de transmisión, de modo que si no fuera por los medicamentos, las bacterias, los virus o los parásitos, no dejarían una perdiz viva y las granjas desaparecerían. Ahora cogemos nosotros esas perdices tratadas y las soltamos en el campo, cada una se convierte en un posible vector de transmisión en cuanto se les acabe la protección de la lavativa y mediante las heces en revolcaderos, la saliva en abrevaderos y comederos, la infección de algunas autóctonas está más que garantizada, y esas pocas infectadas convivirán con sus congéneres, como siempre lo hicieron, inoculando a sus hermanas, a su vez, lo que a ellas fue trasmitido, convirtiéndose en eslabones del bucle de muerte introducido.

Con lo de la covid19 la práctica de la caza se ha resentido notablemente y tengo entendido, conforme me cuentan, que más los ojeos, que apenas si se ha celebrado alguno, como consecuencia no han soltado perdices y los perdigoneros que frecuentan esos lugares, se quejan amargamente de que apenas pueden mostrar a sus reclamos alguna descarriada, incrédulos ellos ya que cubrían muchas de las jornadas por docenas.

Una de las quejas de los perdigoneros que abandonaron o que nunca han cazado la perdiz salvaje es que  si no fuera por las sueltas no podrían cazar la perdiz con reclamo. No puedo estar más en desacuerdo. Se cambian los objetivos. En vez de matar un centenar como se hacía antes de la venida de las intrusas, se conforma uno con una decena o media, o menos si hace falta, guardando las supervivientes como oro en paño, en espera de volver a recuperarlas. Yo el año pasado tiré una cifra muy respetable y que no digo para que no suene a alardeo, después de varios años esperando, y este año la pandemia impedirá alcanzar dicha cifra pero tenemos perdices para haberlo logrado sin temor a un retroceso en su población aunque rezando siempre porque las indeseadas no nos visiten. Cada vez estoy más acorralado y en ocasiones entiendo que es muy fácil sucumbir a esas perdices dopadas que ponen muy pocos peros a la hora de entrar a la plaza. Argumentan los defensores de este sucedáneo de perdices que los reclamos no piden la identidad de las mismas a la hora de entrar en la plaza, ¿cómo la van a pedir si la que tienen no respeta ninguna frontera entre territorios marcados durante milenios por las campesinas? Con toda sinceridad podría obviar ese comportamiento distinto de no estar convencido de que influyen decisivamente en la progresiva desaparición de las aborígenes y en tal circunstancia no puedo más que denostar a quién infringe semejante atropello.

En todo caso seguiré predicando en el desierto mientras mis ojos sigan siendo ojos porque ven, créanme si les digo que con el deseo íntimo de que no vean y poder decir que estoy equivocado”.


                                            Miguel Bulnes Cercas.

 

2 comentarios:

  1. B noches.

    Como siempre agradecer a Miguel este artículo en el que nos deja claro su pensamiento sobre lo que ha supuesto la perdiz de granja una vez que ha sido soltada en el campo, opinión respetable al máximo, máxime cuando procede de una persona más que respetuosa con todo el mundo con la afición y con las personas.

    Obviamente, algunos puntos del mismo, principalmente en el apartado de enfermedades, no puedo decir ni que sí, ni que no porque mis conocimientos sobre los mismos no llegan para poder valorar lo expuesto y, con total seguridad, daría palos de ciego.

    Por supuesto, sí tengo claro y en eso discrepo con Miguel que, afortunadamente, la perdiz de repoblación, en zonas concretas de nuestra geografía, donde nuestra Alectoris rufa, desapareció por muchos motivos , no solo por las sueltas, pajariteros como la copa de un pino pueden seguir practicando una afición que llevan en las venas. Pero es más, o nos adaptamos a lo que hay o dentro de no mucho habrá que colgar la escopeta, porque la perdiz brava no durará eternamente, sino hay un cambio radical en multitud de actuaciones por parte de unos y de otros.

    Saludos.

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  2. Como otros animales que echan a los autoctonos.
    Saludos

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