De nuevo, en el apartado de colaboraciones, hoy traigo este artículo/opinión/reflexión que hace Miguel Bulnes, sobre la perdiz de repoblación en lo relativo a la sueltas. Él lo tiene claro, aunque haya quien no comparta su punto de vista.
ooo O ooo
“Ya sé
que estoy casi solo, que mi discurso suena a sermón pregonado en el desierto,
que pese a mi insistencia en todos los lugares a los que tengo acceso, machaco
en hierro frío. Con todo sigo denostando a la perdiz de suelta porque mi
experiencia me dice que es la culpable esencial de que la salvaje vaya
desapareciendo. Yo no la llamo gallina, para mí es una especie de ganado
doméstico y como tal se rige por las pautas que los humanos imponen para su
explotación y su posterior beneficio. Y claro, la primera consecuencia
inmediata de este tinglado de crianza en cautividad es la falta de querencia en
el campo, característica esencial para conformar la genética de la perdiz
elaborada a lo largo de los siglos. Así cuando son liberadas y sin condiciones
para reconocer nada, se produce un desbarajuste en dónde desaparecen las
costumbres que la prístina Alectoris rufa fue ahormando para su
supervivencia. Para las recién llegadas no existen dormidas ni espacios para
mañanas o tardes con lo que aumentan las posibilidades de ser apresadas y sus
campamentos los dictan los sustos producidos y sus inmediatos espantos, de tal
forma que se les ha llegado a ver a decenas de kilómetros de dónde fueron
soltadas. Van ensuciando el campo, a ritmo y distancia de lo que los sobresaltos
impongan, con sus infecciones, tapadas al principio por los medicamentos
suministrados metódicamente en la granja, e inoculándolas cuando el efecto se
acaba a todo organismo sano. Apenas quedan de las que se sueltan porque muchas
se pierden en las lejanías y las que logran salvar la infinidad de obstáculos a
los que la Naturaleza les somete, se les acaba la protección que les brindaba
las pócimas y desfallecen para algarabía de las alimañas. En ese deambular
infectan a las poblaciones salvajes diezmándolas seriamente y si alguna logra
no contagiarse lo hará con la próxima suelta o con la siguiente o con una más
porque si se quiere “cazar” (pongo cazar entre comillas porque la acción de
cazar comprende al conjunto de animales no domesticados antes y después de
cazarlos, criar en cautividad es el requisito final para domesticar), la suelta deberá hacerse todos los años,
hasta conseguir el vil exterminio de las oriundas que mis ojos han visto más
veces de las debidas. Si observan los cotos industriales, se darán cuenta de
que todos los años necesitan soltar miles de perdices, cosa que no sería
necesaria si criaran. Si van por alguno recién terminada la temporada de caza
apreciaran multitud de perdices que si tuvieran a bien hacer sus nidos y sacar
sus polladas volverían a tener miles de ejemplares y no se haría necesario
invertir en una nueva hornada de perdices de granja. Al contrario, si el paseo
lo hacen en verano antes de que empiecen las nuevas liberaciones podrán
comprobar que la multitud ya es escasa casi nula. ¿Dónde quedaron los cientos
de perdices que lograron sobrevivir a la temporada? Ustedes mismos. Pero es
más, es que será raro el ejemplar que contemplen en las fincas colindantes y
más de colindantes a estos llamados cotos industriales. De nuevo ustedes
mismos. Habrá quién me diga que haciéndolo con tiento el resultado será
distinto, pero con mucho tiento y más lo he hecho yo y puedo garantizarles que
mis ojos se humedecen todavía al recordar la barbaridad a la que mi avaricia me
llevó a someterlas.
Pregúntense
por qué las granjas las proveen de todo tipo de medicamentos. Si se lo
preguntan, llegaran a la misma respuesta que yo o que cualquiera que se la
haga: lo hacen contra las enfermedades. Que en esos niveles de alta
concentración de ejemplares son muchas y con riesgo elevado de transmisión, de
modo que si no fuera por los medicamentos, las bacterias, los virus o los
parásitos, no dejarían una perdiz viva y las granjas desaparecerían. Ahora
cogemos nosotros esas perdices tratadas y las soltamos en el campo, cada una se
convierte en un posible vector de transmisión en cuanto se les acabe la
protección de la lavativa y mediante las heces en revolcaderos, la saliva en
abrevaderos y comederos, la infección de algunas autóctonas está más que garantizada,
y esas pocas infectadas convivirán con
sus congéneres, como siempre lo hicieron, inoculando a sus hermanas, a su vez,
lo que a ellas fue trasmitido, convirtiéndose en eslabones del bucle de muerte
introducido.
Con lo de
la covid19 la práctica de la caza se ha resentido notablemente y tengo
entendido, conforme me cuentan, que más los ojeos, que apenas si se ha
celebrado alguno, como consecuencia no han soltado perdices y los perdigoneros
que frecuentan esos lugares, se quejan amargamente de que apenas pueden mostrar
a sus reclamos alguna descarriada, incrédulos ellos ya que cubrían muchas de
las jornadas por docenas.
Una de
las quejas de los perdigoneros que abandonaron o que nunca han cazado la perdiz
salvaje es que si no fuera por las
sueltas no podrían cazar la perdiz con reclamo. No puedo estar más en
desacuerdo. Se cambian los objetivos. En vez de matar un centenar como se hacía
antes de la venida de las intrusas, se conforma uno con una decena o media, o
menos si hace falta, guardando las supervivientes como oro en paño, en espera
de volver a recuperarlas. Yo el año pasado tiré una cifra muy respetable y que
no digo para que no suene a alardeo, después de varios años esperando, y este
año la pandemia impedirá alcanzar dicha cifra pero tenemos perdices para
haberlo logrado sin temor a un retroceso en su población aunque rezando siempre
porque las indeseadas no nos visiten. Cada vez estoy más acorralado y en
ocasiones entiendo que es muy fácil sucumbir a esas perdices dopadas que ponen
muy pocos peros a la hora de entrar a la plaza. Argumentan los defensores de
este sucedáneo de perdices que los reclamos no piden la identidad de las mismas
a la hora de entrar en la plaza, ¿cómo la van a pedir si la que tienen no
respeta ninguna frontera entre territorios marcados durante milenios por las
campesinas? Con toda sinceridad podría obviar ese comportamiento distinto de no
estar convencido de que influyen decisivamente en la progresiva desaparición de
las aborígenes y en tal circunstancia no puedo más que denostar a quién
infringe semejante atropello.
En todo
caso seguiré predicando en el desierto mientras mis ojos sigan siendo ojos
porque ven, créanme si les digo que con el deseo íntimo de que no vean y poder
decir que estoy equivocado”.
Miguel Bulnes Cercas.
B noches.
ResponderEliminarComo siempre agradecer a Miguel este artículo en el que nos deja claro su pensamiento sobre lo que ha supuesto la perdiz de granja una vez que ha sido soltada en el campo, opinión respetable al máximo, máxime cuando procede de una persona más que respetuosa con todo el mundo con la afición y con las personas.
Obviamente, algunos puntos del mismo, principalmente en el apartado de enfermedades, no puedo decir ni que sí, ni que no porque mis conocimientos sobre los mismos no llegan para poder valorar lo expuesto y, con total seguridad, daría palos de ciego.
Por supuesto, sí tengo claro y en eso discrepo con Miguel que, afortunadamente, la perdiz de repoblación, en zonas concretas de nuestra geografía, donde nuestra Alectoris rufa, desapareció por muchos motivos , no solo por las sueltas, pajariteros como la copa de un pino pueden seguir practicando una afición que llevan en las venas. Pero es más, o nos adaptamos a lo que hay o dentro de no mucho habrá que colgar la escopeta, porque la perdiz brava no durará eternamente, sino hay un cambio radical en multitud de actuaciones por parte de unos y de otros.
Saludos.
Como otros animales que echan a los autoctonos.
ResponderEliminarSaludos