Tras larga frenada, “rechineo” de la gravilla del arcén y un gran portazo, una voz potente y amenazadora se dirigió a Emilio -compañero de coto- y a mí.
-¿No os da vergüenza? ¿Os parecerá bonito lo que estáis haciendo?
La verdad era que yo hubiera hecho lo mismo de haberme encontrado en la situación de aquel desconocido que transitaba por aquella carretera con su vehículo: nos había “pescao” a los dos con las manos llenas de perdigones recién nacidos y la madre alrededor de nosotros haciendo continuos aspavientos para recuperarlos.
Por unos instantes, la tensión empezó a subir bastantes grados. Aquel individuo, indignado por lo que suponía que estaba ocurriendo, venía hacia nosotros gesticulando con las manos, lanzando al aire todo tipo de improperios y, lo que es peor, con no muy buenas intenciones. Estaba claro que no venía en “son de paz”, como se decía en las películas de indios y vaqueros.
-¡Tranquilo hombre, tranquilo, no es lo que parece! – le replicó Emilio.
-¿Con que no, eh…? Pues a mí me huele que los dos sois unos desaprensivos y auténticos furtivos y, ahora mismo, vais a pagar por ello.
La cosa se empezaba a poner fea y había que obrar con rapidez y diligencia, porque ambos nos encontrábamos metidos en un buen “fregao”.
-¡Caballero, déjeme que le explique! No es lo que cree, así que no vaya a hacer nada de lo que luego tenga que arrepentirse –le insté mientras lo apaciguaba con el brazo extendido y la mano abierta para que se parara.
-¡No me digas! ¿Entonces qué es lo que os traéis entre manos “cargaos” de perdigones?
Emilio, que había permanecido en silencio durante unos segundos, volvió a dirigirse al ya más apaciguado conductor y, poco a poco, fue contándole la realidad de lo sucedido.
-Mire señor, aunque le cueste creerlo, lo que Vd. ha visto no tiene nada que ver con la realidad. Minutos antes que llegara –prosiguió Emilio-, circulábamos tranquilamente con dirección a un coto que tenemos en Puebla De Guzmán, cuando observamos que esa perdiz, señalándola con el dedo, porque seguía, aunque a distancia, a nuestro alrededor y estos perdigones que ahora tenemos en las manos, mi compañero y yo, andaban tomando tierra en el borde de la carretera. Al verlos tan indefensos y en un lugar tan transitado, pensamos que cualquier desaprensivo que pasara por aquí, podría cogerlos a todos, como nosotros hemos hecho y llevárselos para casa, ya que como ve –enseñándole los que tenía en una mano-, son recién nacidos y presa fácil para los muchos cuatreros que se dedican a estos menesteres para, posteriormente, ganar un dinero fácil con su venta.
-Bueno, ¿y qué ibais a hacer con ellos? –le preguntó.
Aprovechando la ocasión, me dirigí nuevamente a él con tono tranquilo y conciliador.
-Amigo, nuestra idea era y lo sigue siendo, si nos deja, el sacarlos de este cortado de la carretera –señalándole para el lugar- y llevarlos allí enfrente, campo abierto, para que ningún “desalmao”, vuelvo a repetirle…, hiciera justamente lo que cree que estábamos haciendo nosotros. Es más, permítame que le diga, que esa perdiz, aunque le suene a mentira de cazador, en defensa de sus polluelos, ha llegado incluso a picarnos en las manos.
Y no era ninguna mentira. Lo de aquella mamá perdiz, ni lo había visto ni escuchado hasta entonces, ni he vuelto a verlo ni a oírlo hasta la actualidad, máxime, con lo esquivas y recelosas que son las perdices salvajes. ¿Qué instinto materno no tendría aquella progenitora para llegar a picotearnos a ambos en defensa de su prole?
Tras quedarse un poco perplejo por todo lo acontecido y de lo que acababa de escuchar, nuestro “amigo” se vino a razones. Entonces, Emilio y yo subimos la barranca de aquel cortado de la carretera y soltamos entre la espesura del monte los doce perdigoncetes ante su atenta mirada, mientras aquella triste y compungida pajarilla no paraba de canturrear llamando a sus nuevamente libres descendientes.
Al volver al lugar donde estaban los coches, mientras recibíamos todo tipo de disculpas de aquel sorprendido y arrepentido hombre, dejamos de oír los cánticos de la perdiz, señal inequívoca de que ya había reunido a todas sus criaturas y campeaba felizmente, sin que nadie que circulara por el lugar fuera una amenaza para sus todavía torpes e indefensa crías.
Quiero felicitarlo por el primer aniversario en este "puesto" lleno de personajes sencillos y sabios, de historias que penetran en las entrañas.Sus tramas enganchan e incluso acortan las horas de hospital.Permítame un recuerdo especial para quien con su entusiasmo contagioso y su pasión desbordada me guió hasta aquí. Enhorabuena.
ResponderEliminarMaría Jesús
Hola José Antonio, eso es lo que hacen los auténticos, cazadores del Reclamo, pero como siempre, hay alguno que rompe la regla, yo desde le 15 de mayo, empiezo la guardería de mi cazadero, que tiene una carreterilla que es una autentica, depredadora de pollitos. Un saludo desde Almeria, Baldomero
ResponderEliminarAnte todo, gracias a ambos.
ResponderEliminarSin embargo, amigo Baldomero, me vas a permitir que me dirija a María Jesús para darle la bienvenida a este humilde rincón y, a la vez, decirle que en ese hospital al que hace alusión, espero que no tenga el rol de enfermo. Eso no lo quiere nadie.
Pero aunque fuera así, si el tiempo que pasa en él, con mis "cosillas", se le hace más corto y llevadero, me siento feliz.
Por todo ello, agradezco de corazón sus palabras y las mismas me dan ánimo para continuar al pie del cañón.
Esa fue mi idea desde el principio y así continuaré.
Un cordial saludo.
Un cordial saludo.
Se aproxima su segundo aniversario. Anoche cuando me acerqué a visitarlo, me desconecté de la lectura porque me llamaban por teléfono.Al colgar el auricular, me percaté del clamor de cierta musica que me emocionaba. Tenía varias ventanas abiertas. Detuve los dedos y fue bonito reencontrarme con su blog, palabras envolventes como lianas, fotos donde las imágenes se quieren escapar de la vida que tienen, con su abuelo don Vicente y unos cuantos etcéteras.
ResponderEliminarY aunque ya no haya un "hilo conductor" que me lleve a usted. Y aunque teclear "con la jaula a cuestas" casi sea un acto de emanciapación, quería repetirle una vez más que me encanta esa alfombrilla de bienvenida que usted tiene siempre estiradita.
Feliz bienio. María Jesús
Efectivamente María Jesus y, además, casin sin darnos cuenta. El tiempo transcurre de forma inexorable.
ResponderEliminarDe todas formas, es para mi un orgullo que personas de buen corazón, porque creo que lo tienes -permíteme que te tutee-, aun sin conocerte se te palpa, se acerquen por aquí, y se sientan recompensadas por lo que encuentran en este pequeño rincón.
Gracias por tus palabras. Sirven de ánimo.