Tras colgar en el blog el artículo último, sobre "Las cualidades de nuestros reclamos", no quiero que pase mucho tiempo para unir lo anterior con esta nueva entrada. Creo que corren paralelos ambos post y, por lo tanto, vaya mi opinión.
No obstante quiero dejar bien claro y meridiano que el que escribe en este blog y administrador del mismo, nunca se le ocurriría tirar por tierra opiniones, sensaciones y pensamientos de otros compañeros que sienten en el alma nuestra afición. Por tanto, la idea de este pajaritero que lleva algunos años "Con la jaula a cuestas" es, simplemente, arrimar el hombro en pro de nuestra afición y compartir. Sólo eso, nada más.
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Cuando participamos en cualquier actividad, sea del tipo que sea, siempre tenemos un objetivo en mente, pues nada se hace por amor al arte y si le añadimos que la caza de la perdiz con reclamo macho es algo encaminado a dejar a un lado la rutina del quehacer cotidiano, la finalidad no puede ser otra que el divertirnos y pasarlo bien en nuestras salidas al campo. No le demos más vueltas. Por consiguiente, si queremos ser verdaderos aficionados a tan emblemática y ancestral forma de caza, las miras principales no pueden ser otras que encaminarnos al colgadero y venir del mismo, terminado el puesto, con la máxima alegría por haber echado el día en el campo practicando la modalidad cinegética que más nos gusta y admirando la belleza del paisaje.
Lo que pasa es que lo que debería
ser una máxima cuquillera, hace años que no está en el punto de mira de muchos
de los cazadores que se han visto arrastrados por la caída en picado de otras
muchas especies cazables -dígase conejo-, a entrar en tan ancestral modalidad
cinegética. Y cuidado, esto no significa, ni quiero que se pueda entender cómo,
que todo el que se inicia en el mundo de la caza con reclamo no haga las cosas
bien, Dios me libre de dejar caer tal burrada, pero sí es cierto que para un
buen número de los nuevos cuquilleros, más el que ya lo trae en sus genes -aun
llevando muchos años en el tema-, el pasarlo bien y disfrutar en el puesto debe
y tiene que ir acompañado por el apretar el gatillo y conseguir buenas perchas,
pues si no es así, no hay alborozo.
Consiguientemente, no podemos salir a dar el puesto con la idea principal de gastar cartuchos, sino a pasar
dos horas de relax en el aguardo, estar en contacto con la naturaleza,
recrearse de la belleza y encantos del paisaje y, por supuesto, deleitarse con la
música de quien ese día está en el repostero. Eso sí, si se puede y es el
momento porque se dan las condiciones en la plaza, a nadie le amarga un dulce.
De esta manera, si se tira un macho, una hembra o una collerita, incluso dos
-si nos toca la “lotería”-, mejor que mejor. Ahora bien, llegar al final de una
jornada cuquillera enfadados porque no se ha hecho una buena percha, no es de
recibo y dice poco de dicho aficionado.
Todo lo anterior por un lado,
pero, además -y tengámoslo bien claro-, existen otros condicionantes que
tampoco deben alterar la satisfacción del cazador de reclamo, como puede ser la
procedencia de sus pájaros de jaula, el tipo de perdiz que albergue la finca
donde caza y, por supuesto, el terreno donde se cace, siempre y cuando todo el
que se meta en el aguardo siga un proceder ético y moral acorde con la grandeza
de este tipo de caza. En esta línea, si el reclamo es de campo, bien. Que es de
granja, pues también bien. Que las patirrojas son autóctonas, formidable. Que
son de repoblación, pues igualmente fenomenal. Además, olivar, campiña, dehesa,
sierra… tampoco deben ser particularidades excluyentes de la satisfacción que
nos debe producir nuestra modalidad cinegética, puesto que cada uno caza en
donde puede y su capacidad económica u otras de diferente índole se lo
permiten.
De esta manera y en base de lo anterior, que
se nos quite de la cabeza que es de segunda división quien tiene reclamos de
granja y cuelga en terrenos donde solo hay repoblación, ni muchísimo menos. Es
más, muchos de estos compañeros, grandes pajariteros de señorío y con solera, hacen
sus deberes como marca la tradición, son felices con lo que tienen a mano y, en
numerosos casos, a más de dos y a más de tres podrían dejarnos bien callados
hablando de la grandeza de la afición cuquillera y del correcto proceder en
todo lo relacionado con la misma.
Para finalizar, solo apuntar que
ni hacen falta grandes fincas de perdiz autóctona, ni reclamos fenotípicamente
perfectos y de procedencia salvaje, ni abatir en cada puesto lo que por Ley no nos
lo permite …, para terminar satisfechos al concluir una jornada de caza. Lo
realmente importante es disfrutar en el día a día, independientemente de lo que
ocurra en el cazadero, pues si se es cuquillero de los de tradición, debemos
tener bien presente que todos los días no puede tocar la “lotería” y, mucho
menos, en los tiempos que corren. ¿O es que un gran puesto que nos dé nuestro
pájaro de jaula en un precioso cazadero, aunque por circunstancias diversas no
se le puede disparar, no puede ser un motivo de regocijo? Es más, ¿no es una
felicidad, aunque no se tire, salir al campo a respirar aire puro, admirar la
belleza del paisaje y, más tarde, echar el rato con los amigos y compañeros de
coto en la chimenea del cortijo, contando mil y una batallita y consumiendo y
bebiendo productos de la tierra?
CAPACIDAD DE SUFRIMIENTO.
ResponderEliminar...y muchos tiraron la toalla en mitad del camino...
Levantarte muy de noche después de haber dejado unas horas antes el maletero de tu auto cargado con lo justo y necesario, en el zurrón:
Víveres para un día, algo de abrigo, el arma, la munición y el pájaro que dormirá esa noche en el maletero( pues a muchos se les olvidó el reclamo en alguna ocasión). Todo ello sin que aumente un peso innecesario a nuestras espaldas al pisar el cazadero. Una vez allí cada cual hace de porteador con sus pertrechos para iniciar un viacrucis por la senda empinada, zigzagueante y resbaladiza para poco a poco ir ganando altura y ascender otros seiscientos metros hasta situarnos a más de mil quinientos msnm. y sin llegar a la cima y con las primeras alboradas situarnos en plaza independiente de que haga frío, calor, ventisca o nevada...
Aguantar toda la mañana al mochuelo de turno que no abrió el pico por culpa de las rapaces o el temporal de agua y viento o incluso algún atrevido pastorcillo .
Después te llega el consuelo si tienes la suerte que mejore el tiempo a la hora del almuerzo y tienes cobertura para telefonear o wasapear con el compañero ( todo ello dentro del puesto ) y cuando te dispones a almorzar posiblemente al pájaro que has descolgado le de por decir algo porque está oyendo un par en la lejanía, en ese momento de duda entre el comer, el volver a colgar o cambiar de puesto, te quedas dormido como los angelitos después del madrugón y no haber pegado ojo durante la noche...
Das la cabezada pero rápidamente te sobresaltas porque el tiempo corre que vuela y hay que dar el puesto de tarde.
¿Pero como salir de allí con los pies dormidos y el cuerpo dolorido de agujetas? Necesitas una voluntad divina que te empuja ladera abajo incluso dejando de lado la vereda sin perder el reloj de vista.
Pero cuando llegas al puesto de más abajo te lo encuentras derruido por el ganado y tienes tres opciones:
Salir pitando para casa
Reconstruirlo
O buscar otro y desandar camino.
Al final lo reconstruyes porque ya te pesan los pies y se está haciendo tarde, al menos te distraes por el momento mientras las montesinas ven todas tus maniobras y se largan enpicadas ladera abajo y cuando ya lo tienes colgado y armado al mochuelo le da por decir algo porque hace una tarde muy buena y piensas que tienes el control en plaza y el mochuelo va subiendo de tono cada vez más y más y más fuerte y repetitivo,
la escena es dantesca, las perdices te han visto y han volado muy lejos encaramandose en los puntales donde continúan viéndote excepto alguna que se descolgó ladera abajo y en la desesperante llamada a sus congéneres hace que el mochuelo continúe cual radiocasette. Y sin darte cuenta te sorprende el ocaso mientras el compañero te vuelve a llamar pero esta vez vociferando pues no tenía cobertura...con lo que jaula y campo hacen un silencio sepulcral y decides ir levantando el ato, te pones en pié y a escasos setenta metros vuela otra perdiz que subía de callado tal vez huyendo del escándalo de tu compañero o del escándalo de tu mochuelo. Abandonas el puesto, pensativo buscando la causa y culpa de aquel desastroso día mientras vas hablando sólo y llegas al coche a la vez que tu compañero está resollando como un burro y te pregunta con ironía ¿has tirado? y sin mediar palabra te dice ¡YA NO SUBO MÁS!
Os montais en el auto y os largais para casa contando el peliculón.
Pero ahí no acaba el asunto no.
Llegas a casa y oyes una voz como de ultratumba en la lejanía que te dice:
Mira como vienes, triste, cansado y resfriado,
Si yo fuese tú tiraba la toalla.
Pero haces oídos sordos mientras planteas tu próxima aventura.
Por todo ello hemos de agradecer el trabajo de las granjas y cotos intensivos o de repoblación sin los cuales muchos ya hubiesen tirado la toalla o a lo sumo hubiese desaparecido esta modalidad de caza que dada la situación sólo quedarian algunos nostalgicos con gran capacidad de sufrimiento.
Diego Rama 2/10/2020
ResponderEliminarHola J.A. Quisiera con tu permiso añadir algo a este precioso relato tuyo.
En primer lugar, veo perfecto que menciones los parajes donde practicamos nuestra afición, ya que para todos no es posible colgar en un monte lleno de jaras, tomillos, chaparretas... y se que lo preferimos todos, antes que hacerlo en los olivares, que debido a esta agricultura moderna que ahora practicamos, por desgracia está todo barrido😢
Pero al igual que con la perdiz de granja o campo, no todos podemos elegir, y yo quisiera dar mi opinión también sobre este tema. Para mi que he tenido la gran suerte de poder cazar las dos patirojas, decir que cada una tiene sus disfrutes y ventajas. Por ejemplo, la perdiz de campo por norma general cuesta más meterla en plaza, pero cuando está allí no aguanta tanto en la pelea como la de granja, “repito por norma general “
Y a mi me encanta tenerlas el máximo tiempo posible metidos en faena, y así el disfrute es mayor, así que cuando cazo granja, que es la gran mayoría de las veces, intento disfrutar tanto o más que con las camperas.
Ya se que todos no opinareis igual, pero es mi punto de vista.
Con la jaula también tengo mis preferencias, que ya os contaré otro día, que si no se hace esto muy largo😜
Gracias de nuevo amigo J.A. por tus lecciones y consejos👏👏👏👏👏👏👏
Gracias a los dos por vuestro comentarios. En cuanto pueda, ampliare el mío. Ahora no me es fácil, pues no domino el tfno.
ResponderEliminarEsta claro, como dice el amigo Alectorix, que dar el puesto en la sierra no es cosa fácil. De hecho y a nadie se le ocurriría, echarse el portátil a las espaldas, el banquillo, la jaula las herramientas…. y darse un garbeo por las empinadas sendas serranas para buscar el enclave del puesto, pues eso es impensable. Cazar en terrenos que “tocan el cielo con los dedos” es otro mundo. Hermoso, nostálgico, pero otro mundo. Y no todos saben o pueden moverse por dichos parajes, pues los contratiempos suelen ser mayores que lo que se piensa. Que hay valientes que se lanzan a la aventura, por supuesto, pero también es verdad que otros muchos tiran la toalla y terminan en el llano.
ResponderEliminarUniendo esto a lo que comenta el amigo D. Rama, en la línea del artículo, vuelvo a hacer constar que la repoblación no baja al aficionado a segunda división cuquillera, ni mucho menos. De hecho, conozco a muchos pajariteros, que como digo en el blog, nos podrían dar, a más de uno y a más de dos, muchas lecciones de moralidad pajarera y dejarnos con la boca abierta escuchando sus sentimientos y vivencias cuando salen al campo a divertirse con su reclamo, aunque éste no sea nacido en el monte.
Para terminar y no hacer de un comentario un nuevo artículo, volver a dejar patente, siempre desde mi humil de punto de vista y de quien ha toreado en plazas con los dos ganados que, aunque seamos reacios y nos cueste trabajo el digerirlo, a día de hoy, pero, principalmente en el futuro, las sueltas, la repoblación, la granja o como queramos llamarla es una realidad. En su momento nadie hizo las cosas bien y aquí esta resultado. Y éste es el que hay. Adaptarse o colgar la escopeta. No hay otra.
Para finalizar y al hilo del comentario de Diego Rama tengo que volver a repetir, que la época de dar lecciones se acabó hace nueve años, cuando puse fin a mi labor docente. Es esto del reclamo, ni yo, ni nadie podemos darlas, pues cada día lo que hacemos es aprender. Pero, de profesor o catedrático, nada de nada.
Por cierto, el campo, nuestro querido segundo hábitat, empieza a teñirse de verde y ello nos dice que comienza de nuevo el ciclo vital. Y ahí, nuestras patirrojas se mueven como pez en el agua.
Saludos a todos.