lunes, 9 de noviembre de 2020

LAS CHIMENEAS DE LOS CORTIJOS, LA ANCESTRAL FORMA DE DISFRUTAR DE LOS LANCES CUQUILLEROS POSTERIORES A LOS PUESTOS

     Ahora que las temperaturas bajan y la lluvia y el frío cada día se hacen más patentes, las chimeneas, bien en casa o en viviendas de las fincas, empiezan a tomar cuerpo. Una buena lumbre, un buen vino, un picoteo de productos de la tierra, unos amigos y anécdotas a diestro y siniestro es lo normal y, entre ellas, las de vivencias cuquilleras.

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                                  Chimenea y salón cocina de la  finca La Atalaya

No seré yo quien haga suyo lo de las chimeneas en el reclamo, pues de todos es más que conocido que tan emblemático y ancestral lugar de los cortijos de fincas y acotados, no es de historia reciente, sino que se pierde en los albores de la caza perdiz con reclamo. Pero sí quiero aportar mi granito de arena para, al igual que otros que también lo han hecho con anterioridad, engrandecer y reforzar esta parte fundamental de los viviendas en época invernal, como parte muy importante de nuestra tradición rural tradicional. Por consiguiente, nada más hay que echar un vistazo a cualquier libro o manual sobre nuestra milenaria afición para comprobar que esta simbólica parte de los hogares de las de las fincas andaluzas está indivisiblemente unidas a todo lo que huela a pájaro de jaula, sin olvidar que muchas familias han ido creciendo al lado de las mismas y que, en cada momento de la historia, siempre estuvo un abuelo/a o un padre/madre deleitando a los presentes con emotivas historias de los mayores e infinidad de anécdotas de todo tipo. De hecho, cuando yo era niño y nos juntábamos en la finca familiar de La Atalaya, el abuelo Vicente Lluch siempre nos dejaba boquiabiertos a los que nos reuníamos con él contándonos su vivencias personales, de caza en general y del reclamo en especial.

 

Por ello, baste decir qué, en las chimeneas de las viviendas de nuestros campos, la mayoría de ellas hoy envejecidas por el renegrido de sus paredes centenarias, aparte de preparar excelentes platos de nuestra maravillosa cocina mediterránea y asar carnes de todo tipo, desde tiempos remotos ha sido un lugar de reunión y tertulia, principalmente en las sobremesas, tanto de mediodía como antes de ir a la cama. De hecho, como bien sabemos, al calorcillo de la lumbre, siempre se ha comido más que bien, se ha bebido mucho mejor y se ha hablado hasta la saciedad de lances cinegéticos en general, cuquilleros es especial y de cuarenta mil historias y anécdotas más o menos cercanas. Eso sí, muchas de ellas, no se las creía ni quien las contaba, más de una vez presa de los “vapores” del vinillo. Pero también decir que se han relatado anécdotas y peripecias que, aunque reales, son más que difíciles de “digerir”, pues en esto del reclamo, ocurren situaciones que, si no fueran porque las hemos vivido o sabemos, a ciencia cierta, que han ocurrido, nadie se las tragaría. Incluso ya puestos a recordar, los reclamos, porque muchos de ellos se han colgado sobre la repisa de la misma para ponerlos a punto -siguiendo una tradición de muchas partes de nuestra España-, han sido espectadores y testigos de mil y una narraciones de sus hazañas que los envalentonados cuquilleros “dejaban caer” tras un buen puesto, picar productos de la tierra y meterse entre pecho y espalda unos buenos vasos de vinillo de la zona.

 

En esta línea, durante siglos, al lado de la chisporroteante leña de encina, olivo, eucaliptus u otros árboles y arbustos de nuestra exuberante flora mediterránea, se han revivido infinidad de momentos gloriosos e inolvidables en los que participaron grandes reclamos -Facultades, Miranda, el Ajumao, el Viejo y otros muchos son ejemplos de ellos-, valientes garbones montesinos de lo de verdad y, como no, escurridizas y astutas hembras de las de armas tomar. Es más, todo ello aderezado con ese encantador “tufillo a lo añejo” que nos transporta casi sin quererlo a momentos imborrables de nuestra existencia y de la de los que nos precedieron, pues no se olvide que chimenea y soñar despiertos están más que unidos.

 

Por todo ello, creo que es de justicia, dejar patente que nuestra querida y ancestral chimenea ha formado parte, desde tiempos inmemorables, de multitud de vivencias familiares y de contacto y unión entre personas, pues nadie puede obviar que, al lado de su acogedor y placentero calorcillo, mucha gente de bien ha fortalecido sus lazos de unión o ha iniciado amistades duraderas en el tiempo. Además, no debemos olvidar que bastantes personas que, por circunstancias muy distintas, han vivido solas, han encontrado en ella, principalmente cuando la noche nos envuelve, el antídoto ideal para no caer en la angustia y desazón, pues con solo mirar la lumbre, parece que, mientras nos encontramos en sus inmediaciones, nuestro interior deja al lado las muchas contrariedades y sinsabores que la vida trae consigo y nos vemos invadidos por una paz y tranquilidad difícil de explicar. A nadie se le escapa que el chisporroteo de la lumbre es un fenomenal "ansiólitico".

 

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