Es
cierto que hace cuarenta/cincuenta años había muy pocos cazadores de pájaro en
los pueblos, los motivos podrían ser muy variados, pero se me ocurren como
principales la enorme dificultad que tenían las perdices del campo para acudir
a la jaula, la mala economía para mantener muchos reclamos, cartuchos,
licencias, etc., y la situación de ilegalidad que conllevó la práctica de la
modalidad hasta que se reconoció como tal en la ley de caza de 1970.
Dicho
esto, también es cierto que, como contrapartida, nuestros campos gozaban de una
inmensa cantidad de perdices, pues el modelo agrícola y “los apaños” que usaban
los agricultores en aquellos tiempos tenían la capacidad justa para arañar la
tierra y poco más; gracias a eso teníamos lindazos y eriales por doquier,
lugares en los que nuestra querida patirroja criaba sin ningún problema.
Llegó
el progreso, con él los grandes tractores y los productos fitosanitarios que, en
un abrir y cerrar de ojo, envenenaron todo el campo, de tal manera que
desaparecieron los lindazos, los eriales, las tierras de calma…todo se volvió
un mar de olivos en el que -como si hubieran pasado Atila y su caballo Othar-,
no crecía ninguna hierba. Esto acarreó
que, en pocos años, las perdices del olivar viesen mermadas sus
poblaciones y, en algunos territorios, estuvieron muy cerca de la desaparición.
¿Qué
se pudo hacer ante esta situación?: echar mano de las granjas y repoblar los
campos con perdices, ponerles comederos y agua limpia por doquier, para esperar
que -con el paso de algunos años-, aprendieran a buscarse la vida en estos
campos donde sólo habita el olivo.
Hecha
esta breve introducción, entro en el tema que me interesa proponer hoy.
Nuestros
olivares, los de Encinas Reales, veinticinco años después de soltar la primera
perdiz, han vuelto a tener una buena
densidad de perdices nacidas y criadas
en ellos, ninguno nos explicamos cómo lo hacen las pájaras para sacar adelante
a sus pollos en este mar de tierra yerma, pero lo cierto y verdad es que,
muchas, lo consiguen; eso sólo puede venir motivado por el altísimo nivel de
pureza que existe en los criaderos actuales. También es cierto que, año tras
año, tenemos que reforzar con un buen número de ejemplares, pues la agricultura
del olivar (aunque más suave que hace unos años), sigue siendo excesivamente
agresiva para ellas.
Y
llegamos, un año detrás de otro, al tiempo de meter los pájaros en la jaula y
empezar los campeos.
Es
aquí cuando empiezo a alucinar comprobando cómo los bandos de pájaros, después
de haber atravesado la temporada de caza a la mano (aquí se dan doce días de
perdiz al salto con un cupo de tres perdices por cazador), están enteros.
Qué
sabias son las perdices!!!
A
mí me gusta muchísimo campear los pájaros (lo vengo haciendo desde siempre),
los jóvenes y los no tan jóvenes. En mi experiencia estoy convencido de que no
les pasa nada porque vean el campo y no se les tire (cuando voy con la escopeta
tampoco les tiro cada vez que los ven). La realidad es que si conoces el campo
(tu cazadero habitual de toda la vida), es muy probable que las perdices acudan
al canto del reclamo, con lo que -si su comportamiento es el adecuado-, se le
deja para la escopeta y, si no lo es tanto, se le abre la puerta y se le regala la libertad.
Antes,
cuando yo era un mozalbete, esto era impensable porque la raza de pájaros que
tenían nuestros olivares era de un nivel de frialdad y cobardía enorme, era
casi imposible lidiar con ellos, de tal manera que podías darle a un pollo
treinta puestos sin que escuchara ni una pitá, por lo que tardabas en salir de
dudas un montón de tiempo, mientras que ahora, además de oírlos, si tienes
jaula medianamente decente, los verás en plaza.
Hace
unos días, a primero de diciembre, salimos a campear un amigo y yo juntos.
Sacamos nueve pájaros en todo el día, seis de ellos de segundo celo, de los que
cinco tienen algún tiro hecho y uno está sin tirar; los otros tres son pollos
del año. Pues bien, todos tuvieron campo y lo vieron en plaza.
Como
es lógico, los pájaros tirados, una vez que les das una “colgailla” y
compruebas que han salido bien del pelecho, los dejas en su casillero
tranquilos, hasta que vayan acompañados de la “humosa”; sin embargo para los pollos este trajín de sayuela, coche,
caminos, olivos, etc., etc., resulta ser una escuela estupenda puesto que se
acostumbran al manoseo y, en muy poco tiempo, el que vaya a ser un proyecto
interesante de reclamo, te lo estará diciendo con bastante rapidez y
contundencia.
¿Les
pasa algo a los reclamos por ver el campo y que no suene el tiro? Rotundamente
no, no les pasa nada y, si les pasa, es que no eran buenos a carta cabal. En
estos olivares se da mucho la situación de venir el campo, subirse en la pata
del olivo, darle al reclamo un calentón de ole y, sin entrar en plaza, volverse
por donde vino, dejando a jaula y jaulero con dos palmos de narices, sin que
por ello el reclamo deba estropearse.
Así
pues, estos días de campeo nos permitirán entrar en temporada con pájaros que
sabemos van a cantar en el campo y, llegadas las camperas a su sitio, las van a
tomar bien. Como consecuencia entiendo que esto es ventajoso, cuando menos nos
ahorra bastantes mochueladas.
Una
vez empieza la temporada, al tener la perdiz del campo (descendiente de perdiz
de granja), una predisposición para la pelea muy superior a la que tenían los
antiguos pobladores de estos olivares, es habitual que se tiren un buen número
de perdices por socio.
Tenemos
calculada la media en quince capturas que, para treinta y seis puestos que
podemos dar en la temporada, está bastante bien.
A título comparativo, en el año 1984 cacé toda
la temporada en mi pueblo con Ecijano y Rondano de cuarto y tercer celo (dos reclamos de muy alto nivel), cazándolos
todos los días y habiendo una enorme densidad de perdices en estos campos, conseguí
tirar dieciocho pájaros.
Evidentemente,
esa mayor facilidad para disfrutar de lances en los puestos conlleva el que
haya un buen número de socios que practiquen el reclamo, por lo que se hace
necesario poner una serie de normas restrictivas que permiten disfrutar de la
temporada sin esquilmar el cazadero.
Así
pues, en base a la facilidad para adquirir reclamos y para poder verlos con el
campo, existe un grupo de aficionados que, temporada tras temporada, viven
ilusionados pendientes de sus reclamos, con la seguridad de que los van a ver
con campo en plaza.
Esta
situación qué es buena o mala?
A
mí, tal como está aquí el campo y la agricultura del olivar, me parece que es
la única posible, porque la otra consiste en “soltar los trastes” y esa salida
hay mucha gente que no la contempla.
También
es cierto que esta perdiz actual, pasados los diez o doce primeros días de caza
de jaula, apaña unos resabios bastante importantes, por lo que como no tengas
un pajarito gracioso y con recursos, es muy habitual salirse del puesto sin
haber tirado.
Así
pues, considero que la perdiz de granja ha venido a quitar
dificultad/romanticismo a la modalidad (lo mismo que el todoterreno o el puesto
de tela), pero ha contribuido a que la afición de los pueblos aumente y los
aficionados de clase social media baja, disfruten de algo que siempre les
gustó, porque lo de pagar un importante puñado de euros para poder cazar el
pájaro en un coto privado, no está al alcance de todos los bolsillos.
Muy bien expresado compadre. Y es que, sin querer menospreciar lo que hay ahora, cualquier tiempo pasado fue mejor.
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