Escena de caza del Paleólitico tomada de internet
‘Como un suspiro en el
azul del cielo’. Así terminaba mi poema dedicado a la caza en un artículo enviado a tu blog para su respetable divulgación. Este último verso me hizo recapacitar y
retomar la temática; buscar un enfoque convergente en la materia prima,
deslizar la suave luz de la ‘poesía’ sobre la piel esforzada de la
concatenación y el dilema de los opositores: vida-muerte; hombre-animal; con
toda la controversia sociopolítica que engloba el discurso. La disputa naturalista…
y ella defensa de la ‘cinegética’ con mayúsculas, el ataque y la defensa. Los
detractores y los amantes y un largo silogismo impertérritos en el que serán
muy necesarios doctores de ambos posicionamientos para dilucidar, en definitiva
–nada pues, ambas lateralidades disponen de un cosmoide de argumentos a su
favor, que jamás; ¡improbable¡… se podría finiquitar tal controversia en
concordato.
Para defender tales
frentes en la consabida batalla, solo se podía invitar al corazón y al alma, a
lo más espiritual del hombre ‘cazador’ honesto y de actitud caballeresca, para
hacer comprender que no existen malos subterfugios, malintencionadas ideas, y
aún menos perversidad en la condición del cazador. Existe un binomio; la
libertad de la presa y la superación del hombre en abortarla. El argumentario
no es precisamente la necesidad de la básica búsqueda del alimento, sino el
espíritu. De la grandeza de ofrecerse como opositor a la cuestión de invertir
las épocas, la disputa natural del encuentro entre amigos naturales, la
diatriba con toda la realidad del enfrentamiento: hombre-presa. Ambos, no
antagonistas sino amantes de la demostración de sus habilidades naturales, sin
ofrecer desventajas; puesto que, si eso ocurriese, no estaríamos disertando una
hoja de ruta a seguir, no estaríamos equilibrando la balanza, pues solo se
ofrecería un diabólico espectáculo de desventajas y sería en este preciso
instante cuando todo lo que enmarca el espacio rousiniano sufriría un terrible
desafuero. Yo acato las reglas de la caza en la igualdad que disponen las
normas del juego universal de lo intrínseco a la natural composición del
universo; o sea aquí en la paleta primaria del pictórico naturalismo se ofrecen
a ese duelo impreciso, dos contrincantes, dos oponentes en gallardías
majestuosas, en casi equilibrio equitativo y perfecto. El hombre con sus armas,
y la presa con las suyas, y añadiendo al lienzo de la contienda, en la visual
de la vida intacta y aparente, un árbitro en magnanimidad justiciosa, que es la
propia ‘naturaleza’. Ventajas e inconvenientes para uno y para otro. Y al final
de la contienda… que cada uno rinda sus honores en la batalla vencida, que no
es más que un resultado final, donde a veces, el cazador cobra su presa, o sea,
es el campeador de la partida, el receptor de los aplausos, el orgulloso actor
de recibir el premio; en otras ocasiones, las más, es la presa la que obtiene
el premio, con el ostentoso aplauso de la naturaleza, sus habilidades y la
aceptación de la derrota por parte de su oponente.
En este marco de
enfrentamiento entre hábiles caballeros es donde se debe de figurar la
verdadera filosofía de la ‘caza’. Todo lo demás, tanto, por parte de los
defensores a ultranza menospreciando las opiniones y pensamientos acordes a sus
más íntimas convicciones sin argucias, ni maledicencias, con la verdad por
castizo criterio, de los contrarios; como de los detractores acérrimos que, en
cuestiones de contrastes de sus valoraciones al respecto, carecen de
conocimiento en suficiencia de la materia, y que añaden a la configuración
mediática, una distorsión ontológica, cultural manifiesta.
Y para ultimar esta
narración particular y ajena a toda inclinación y posicionamiento, o postureo.
La caza, a mi parecer, es una manera natural del proceder humano que mantiene
sus ímpetus
arósticos
perdurables en el tiempo y con natural inclinación a los postulados del
quehacer del hombre inmerso en su entorno y en su hábitat. Es como imponerle al
sol que no alumbre, sería una actitud incomprensible y además contra natura. Mi
deseo es que el hombre conviva con su entorno natural, que lo respete y que lo
cuide, no exijo más. Y que en ese maravilloso espectro convivan el cazador y la
presa.
POEMA: DE LA POESÍA Y LA CAZA
Los pájaros golpean el
tambor de la mañana
Y el sol reverdecido canta
en los mallares
La perdiz inquieta en su
sosiego, mira, espía, suspira…
La alborada de otro pájaro
en su vuelo.
El cazador ha mimado su
mirilla
Es un triunfo, casi un
alto beso sobre el tórrido ariscal del suelo.
Bajo los labios de la
escopeta fría
Tiembla la hermosura
¡Alegría, un festival de
tiros, la cacería!
Manuel Vázquez Quintanilla
Muy buenos dias.
ResponderEliminarDarle las gracias a Manolo Quintanilla por ofrecernos su visión de la caza sin ser, ni haber sido nunca, un practicante de la misma.
Eso sí, no hay que ser un lince para saber que caza y hombre es un binomio que se pierde en los albores del tiempo y, por mucho que quieran, cuatro "iluminados", la caza no puede desaparecer, excepto en el caso en que el que desaparezca sea el hombre.
Saludos.
Miguel Bulnes me hace llegar este cometario al artículo sobre la caza:
ResponderEliminar“Estupenda disertación. La caza y la vida son indivisibles, pues no se puede entender la una sin la otra. La vida tal como la conocemos se regenera con la caza, de tal manera que sin la acción de cazar la vida no seguiría adelante. Para lo demás, yo comulgo con aquello de Ortega y Gasset: el cazador no está seguro de que cazar sea justo, pero tampoco de lo contario”.
Saludos.
Miguel Bulnes Cercas.